lunes, 11 de febrero de 2013

El mariachi.

El mariachi espera. Se sienta en un sillón de felpa, se cruza de piernas, apoya sus brazos sobre sus piernas. Espera. Sobre las paredes del local -un cuarto de tres metros por cuatro, a la calle- puede observarse un perchero con las ropas colgadas. Trajes bordados, para seis u ocho personas, verdes, marrones, negros y blancos. De las paredes cuelgan las vihuelas, de costado, reposando sobre sus cajas. Las trompetas verticales, casi al fondo, relucientes. Tres tololoches descansando contra otra pared. Una lámpara se llena de insectos que pululan sin rumbo. 

El mariachi espera. Se duerme, cierra los ojos. Los abre. Estira sus brazos, los vuelve a apoyar sobre sus piernas. Desde un parlante, pequeño, se escucha la voz de Vicente Fernández. Llorón. La noche pasa lenta, los insectos pululan, nadie los reclama. Los románticos se están acabando, piensa. Nada de serenatas. Los mariachis cobran cien dólares la hora, casi setecientos pesos bolivianos. Es una buena suma, pero son muchas cabezas para repartir. Una noche sin servicios es una noche vacía. El mariachi vuelve a su cuarto, solo, nostálgico. Sin un peso. Cuando aparece algún contrato vuelve sin un peso igual, pero bañado en alcohol. Hediente. Feliz. La renta de su pieza es de doscientos pesos mensuales, eso se consigue, no es un problema. Pero para el alcohol es más difícil, y en Santa Cruz sin alcohol no hay noches alegres, mucho menos mujeres. La camba toma porque toma. 

El mariachi espera. Cierra los ojos, se duerme, los vuelve a abrir. Estira una vez más los brazos. Sueña. Un auto se detiene, se entusiasma. Pregunta por una calle y se va. La noche se va en espera. Vicente Fernandez sigue con su orquesta. Rancheras, huapangos. Mi querido viejo, de Piero. El mariachi piensa en su padre, si estuviera vivo. Rancheras. Y en su madre. Boleros. Todos los boleros que sabe los sabe por ella. Sueña otra vez. Los insectos pululan junto a la lámpara. Sin rumbo. La noche se va vacía. El mariachi vive solo. No es una buena vida para compartir, mucho menos para criar hijos. 

El mariachi espera.

domingo, 10 de febrero de 2013

Arrinconado...

Casi por casualidad terminamos los tres hablando. Cristela, una morocha cruceña, de pelo bien negro y ojos también negros, de los ojos más negros que vi en mi vida, profundos, casi una fosa. A mi lado, él con su bajo, un cubano, del que nunca supe su nombre, aunque al día siguiente me invitó a verlo tocar en el café 24 con su banda, conformada de cubanos residentes en Bolivia, excepto uno de los percusionistas que era camba. Hablábamos de música, latin, merengue, salsa, música cubana, etc. Cristela habría los ojos a cada palabra, no sabía tanto, pero su pasión era infinita. 

-¿Y vos cantas?- le preguntó el cubano. 
-Claro- le respondió -es uno de mis secretos mejor guardados-. 
-A ver, canta algo-. 
-Ahora?-.
-Sí, ahora-. 

Estábamos en Club Caribe, uno de los pocos lugares para bailar salsa en Santa Cruz. Ya era de día y sólo quedábamos nosotros tres, el dueño, un tipo bajito, de bigote, que se las arreglaba para pasar música y bailar de vez en cuando, y cinco o seis clientes más. Hacia más de una hora que el dueño estaba intentando echarnos pero al parecer no había ánimos para irse. La música ya estaba apagada. Entonces Cristela cantó. Contigo en la distancia, bolero clásico, feelin´ dirán los que saben, género cubano, mezcla entre bolero y jazz, nada fácil. Sin embargo, lo hizo a la perfección, cada nota en su lugar, una voz que pasaba de los graves a los agudos con una facilidad tremenda. Al primer fraseo el lugar enmudeció, las voces se apagaron hasta hacer un vacío que hacía que su voz retumbara en las paredes produciendo un eco sutil. Al pronunciar "no hay bella melodía", me miró directo, con esos ojos como agujeros negros, y yo casi me hacía pis encima. "En qué no surjas tú" fue peor, su mirada más intensa, yo volaba por los aires. "Ni quiero yo escucharla..." terminó por volverme loco, ya no había nada que me bajara. Yo, el cubano, el lugar entero se enamoró de su voz, una voz que por momentos adquiría un tono metálico preciso, y luego volvía a una calidez íntima que te arrinconaba en el sillón más oculto del peor de los bares. 

Cuando terminó sonaron los aplausos. El cubano y yo quedamos con la boca abierta. Enamorados. -Con vos voy a formar una banda- le dijo, no sé si para levantársela o con proyecciones serias, pero el hecho lo ameritaba. Su mirada seguía arrinconándome. Nunca más la volví a ver.

jueves, 7 de febrero de 2013

Secuencias...

Estábamos buscando un carrito de hamburguesas cuando sentimos los ladridos. Indudablemente solo un alma en pena es capaz de emitir semejantes aullidos. Provenían de un bar karaoke situado sobre la Cañoto, un par de cuadras antes de Isabel la católica que era donde nos quedábamos. Entramos para ver a quién estaban matando. El lugar era oscuro, rectangular, angosto pero se extendía hacia el fondo, con una rockola gigante con una tarima frente a una pantalla donde se proyectaba el video con las letras correspondientes a la canción para que el que canta las pueda seguir. En este caso particular no servía de mucho porque era una canción de Queen que el participante estaba destruyendo en todos sus sentidos y no le importaba ni la letra y la música, más que gritar como un perro que extravió su alma. Era obvio que el alcohol estaba haciendo estragos sobre su cuerpo como sobre la canción y, principalmente, sobre todos los que estaban ahí presentes, incluyéndonos a nosotros dos que mirábamos desde la puerta muertos de risa. 

De pronto, no sé si tuvo algo que ver con la interpretación o qué, cuatro jóvenes se levantaron de sus mesas y en una estampida salieron del bar al mismo tiempo que se iban sacando las remeras. 
La gresca no duró demasiado, había una mujer de por medio, de pelo rubio, al parecer la excusa para la ocasión, que intentó interponerse entre los grupos sin demasiado éxito. La batalla no dejó grandes estragos, pero hubo un grupo que dominó ampliamente la pelea. 

No pasaron ni cinco minutos que llegó una camioneta de la policía a toda velocidad. Se bajó un oficial y la señora de los carritos de hamburguesas le señaló la puerta del local, indicándole que dos de los contendientes se habían metido ahí. Sin embargo, el oficial prefirió subirse a su camioneta y hacer una maniobra que pudo haber causado un accidente, cruzando la Cañoto en sentido inverso a la búsqueda de los otros dos, que habían salido corriendo en dirección al centro. Por esas cosas fortuitas del destino, y como si estuvieran en todas partes, un periodista que paseaba con su cameraman, se bajó de un taxi corriendo y salió a registrar tamaña persecución. Finalmente el policía encontró a los temibles y al cabo de unos minutos de conversación los dejó ir, seguramente luego de haberles pedido alguna colaboración. El periodista se quedó con su pequeña historia, de la que mucho no pudo sacar porque no había tanto para contar.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Peine

El milico vestía de verde, bajó de una camioneta, en la cañoto. Entró a una licorería, no sé a qué, pero tenía un formulario. Sería para anotar las coimas. Su traje estaba impecable, todo verde, camisa verde, pantalón verde, gorra verde y un cinturón negro desde donde colgaban dos pistolas enfundadas, una de cada lado que hacían juego con dos borceguíes también negros. Como todo uniforme era completamente homogéneo, esperable. Lo único que desentonaba con la monotonía de su camuflaje era la parte posterior de un peine rojo fluorescente que asomaba desde su bolsillo trasero. Milico, pero coqueto...

A ver, tóquese una...

-A ver, tóquese una que me guste y que todos estos la puedan bailar y te bajo a vos y a todos- dijo el tipo. Era el típico policía, bajito, barrigón y coimero. Es costumbre que salgan a recaudar plata con un colectivo que van llenando de gente. Si tienen algo que sacarle después los dejan por ahí, sino los llevan directo a la comisaría. A los que ven con rasgos kollas los humillan hasta dejarle la autoestima bajo tierra. Como el tipo me vio con la guitarra me mandó esa y me puso a pensar. -Mmm, no sé, cuál querés- terminé preguntándole. -Tocá la del mariachi- me dijo, acá tienen una fijación con esa canción. Afortunadamente la sabía...