miércoles, 16 de abril de 2014

Los sobrinos de Guayasamín

Desde el café se ve la parte sur de la ciudad. Fundación Museo de la Ciudad, allí estoy.. De fondo se mezcla la salsa, con el funky o el jazz, con la naturalidad de cualquier ciudad latina. -Es muy rico el café, ¿de dónde es?-. 
-Es de galápagos- me responde un chico muy amablemente, algo amanerado. No sabía que se cultivaba café en Galápagos. Al instante me trae otro -De cortesía- me dice.

Una calle adoquinada corre debajo y la cruza un puente de madera -La ronda- mientras las casas coloridas se prenden a los cerros junto al característico Angel de Quito. Una infinidad de escalones se multiplican como pintados por Penrose trepando hacia ninguna parte. La tarde se va, algo nubosa y fresca pero no tanto...

Bajo y observo desde el puente de piedra. Sobre el callejón infinidad de gente caminando, entrando y saliendo de restoranes y bares. Me acerco. 
-¿Tu qué tocas?- me pregunta un hombre de gran estatura con acento cubano. 
-Toco bosa, boleros, música cubana, lo que haga falta. 
-En el bar donde trabajo contratan músicos, ¿quieres probar?-. 
-Bueno, vamos- le digo. 

Conecto mi guitarra a la consola y un cable con un mic que ya había dispuesto sobre un pie.Toco un rato largo mientras el supuesto cubano mira y reafirma con la cabeza. -Tocas bien- me dice -cuando vengan los dueños les hablo y te digo-. El supuesto cubano se llama Isaías, y no es cubano, es colombiano, me dice, de Barranquilla, por eso su acento costeño, tan similar al cubano. 

Espero, una hora más o menos. Me trae un canelazo, trago típico ecuatoriano, de la zona serrana. Camino por el lugar, hablo con unos extranjeros, de Costa Rica, otros españoles, que les gusta lo que toco. -Muchas gracias- les digo. Salgo, vuelvo a entrar. Repaso las paredes sobre las que cuelgan unas reproducciones de Guayasamín. Una de éstas firmada, para mis sobrinos Guayasamín. Se me eriza la piel. 

-¿Cómo llegó eso ahí? le pregunto al supuesto cubano. 
-Los dueños son los sobrinos de Guayasamín- me responde. 

Me quedo boquiabierto. ¿Tendrán su misma sensibilidad social? me pregunto. ¿Serán de izquierda como su tío? ¿Admiradores de la cultura cubana? ¿Les gustará pagarle bien a los músicos? Espero un rato más y no llegan. 

-¿Llegarán?- le pregunto al falso cubano. 
-Sí- responde -tienen que venir a traer gas, ya nos quedamos sin, así que llegan si o sí-.

Espero, sigo caminando por el restorán, converso con una pareja de señores grandes, son argentinos, de Moreno. -Muy lindo el repertorio- me dicen. -Gracias-.

Al rato llegan los dueños. Más grandes de lo que imaginaba, cincuenta años apróximadamente, uno asocia sobrinos con juventud. Me ignoran. Me acerco a la barra junto al falso cubano que les dice

-el muchacho toca la guitarra y canta, lo hace muy bien. Estuvo tocando recién, la gente lo aplaudió y todo-.

El sobrino de Guayasamín no responde, un hombre grande con rasgos duros, ni siquiera me mira, como si tuviera verguenza de mirarme, o de tener que pagarle a un músico. La sobrina de guaysamín se encarga de hacerlo.

-Mira, me dice -si quieres puedes tocar, y pasar la gorra. No tenemos presupuesto para pagar a los músicos, sólo los fines de semana, si hay suficiente recaudación. Pero en general esos días viene gente a tomar cerveza, y les gusta escuchar música ecuatoriana. Realmente no les pagamos porque no lo necesitamos, el local se llena solo, pero yo soy generosa con los músicos, los dejo tocar y que pasen la gorra, si quieres puedes poner la funda de la guitarra en la entrada...-. Me da infinitas ideas sobre cómo recaudar plata, pero que no pagan. 
-Bueno, gracias por las sugerencias- le digo.

-Y qué te dijo- me dice el falso cubano cuando estoy guardando guitarra, cables, y no sé por qué me tomo el trabajo de desconectar la consola. 
-Que no pagan-.
-Mmmm, mejor ve acá al lado, que ahí sí pagan, y pregunta por Ramiro-.

viernes, 11 de abril de 2014

Fonola


Luz blanca, furiosa, como queriendo mostrar que nada oscuro puede existir ahí. El único bar -bar, restorán, lo mismo da, sirven comida y cerveza básicamente- el único bar lumpen que uno puede encontrar en Núñez. -Una porción de pizza- pido -con cebolla, y una empanada de jamón y queso-. La cumbia suena desde la fonola, al palo, rebotando en las paredes, golpeando en los cuadritos con paisajes que cuelgan de éstas, metiéndose por un baño encortinado y saliendo hasta la calle, casi hasta la parada del 152. Repito, estoy en Núñez pero podría estar en Santa Cruz, en cualquiera de los bares sobre la Cañoto que por la noche se llenan de borrachos, desdichados, explotados, mucho más explotados que en Núñez. O en el Callao en Lima o en la Quinta de Cali. Tres o cuatro mesas llenas, en el fondo un grupo grande, ruidoso, que alimenta la fonola. Sigo esperando, -ahora vienen-, me dice un tipo vestido de blanco, íntegramente, pantalón y camisa blancos, -aguantá-.
En la puerta aparece otro grupo, son tres, una mujer, grande, sesenta, setenta a lo mejor, un pibe, de quince, con una campera negra sin mangas, que dice Chicago en letras blancas, estampadas en la espalda. Y un travesti, ya grande, pasado de moda, con unas medias negras transparentes y un shortcito negro de cuero o de algo que se parece al cuero. 

Se asoman por la puerta del bar -restorán, bar, lo que sea. Desde el bar todos miran hacia afuera y desde afuera ellos miran hacia adentro -¡Dónde está el cumpleañero!- grita, la travesti, con su voz grave, estruendosa y llevando sus manos a su boca como corneta que también rebota en las pareces y contra los cuadritos de paisajes.  El cumpleañero, un pibe, -veinticinco, treinta, con la cabeza semirapada, pero con una cresta en la parte superior- se levanta de la mesa del fondo, feliz -lo demuestra con su sonrisa- con su vaso en alto. -¡Ehh!- grita, como invitando, y el flamante grupo se acerca en tropel, casi corriendo, con el travesti a la vanguardia...-Aguantá, ya vienen las empanadas- me dice el tipo de blanco, inmaculado -aguantá-.