Los
dioses envían la enfermedad
y
solo los dioses pueden alejarla.
S.
Sweig
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-Soy demasiado escéptico- le dije -no creo en las plantas mágicas
ni en efectos sobrenaturales.
-Esto no es nada sobrenatural- me respondió -es una planta maestra,
ya la usaban los Incas para extirpar a sus demonios. De última no
perdés nada y te desintoxicas un poco, tiene fundamentos
científicos-.
-¿Es fiable ese Humala?- le pregunté.
-Muy- me respondió -lleva muchos años en esto-.
La
idea quedó rondando en mi cabeza. Algunos días más tarde me
encontré nuevamente a Axel en la esquina de casa. Posiblemente la
casualidad haya sido lo que teminó por decidirme. -En la próxima me
anoto- le dije sin que me preguntara, y a la semana me mandó un
mensaje diciéndome que había programada una toma y que el grupo
estaba casi cerrado. Me adjuntó también una dieta, la planta
produce cierto malestar, vómitos, etc., y había que prepararse
bien. Un día antes de la toma no debía ingerir nada sólido.
Me
embarqué en una lancha colectiva hasta el canal Esperita en el Delta
y bajé en el muelle Gavilán. El cielo estaba totalmente limpio,
pocas veces había visto un turquesa tan intenso. Humala me recibió
amable, estaba junto a Axel. Era la primera vez que lo veía y la
impresión que me produjo fue buena, tenía un aire paciente. Parecía
una persona mayor, aunque su rostro carecía de arrugas por lo que
era difícil determinar su edad. -Él es Mariano- nos presentó Axel.
-¿Llegó bien?- me preguntó, apoyándome ambas manos sobre los
hombros. Respondí afirmativamente. -Ande por ahí y relájese- me
dijo, señalándome el jardín lindero con el arroyo. Además de mi,
había siete personas, cuatro mujeres y tres hombres. Ninguno se
conocía entre sí.
Axel
comenzó a hacer sonar el Djembé y Humala nos convocó a todos en el
muelle. -Ahora van a tomar- dijo ofreciéndonos un líquido
amarronado, no muy espeso. El gusto era repugnante. -Mucho, mucho-
nos decía -hasta el fondo-. A los pocos minutos todos estábamos
vomitando.
-¿Qué es?- le pregunté.
-Tabaco, para expulsar-. Humala hablaba poco, era como si midiera
cada una de sus palabras. -Ahora no se anden agitando- nos dijo
después, mirándonos a todos, -y no hablen entre ustedes, traten de
conectarse con su interior-.
Habrán
pasado unas cuatro o cinco horas. Me senté a la sombra de un nogal y
vomité una vez más. La cantidad de plantas y árboles que hay en el
Delta es infinita y lamentaba no poder reconocer más que unas pocas.
El resto caminaba sin rumbo, como sonámbulos. Detrás de la casa
podía verse una olla de la que emanaba un olor resinoso. Axel se
había sentado a un costado, controlando que no se quemara lo que
había en su interior. Humala iba y venía a intervalos y le daba
algunas indicaciones.
Ya
había comenzado a oscurecer cuando el Dyembé volvió sonar. Podía
escucharse el canto de toda clase de insectos, fijé mi atención en
un chirrido agudo que en un principio asocié al canto de un grillo.
Humala
trajo la olla y nos distrubuyó en derredor de ésta. Prendió un
mapacho y realizó unas figuras circulares en el aire con el humo
blanco del cigarro. Luego cerró los ojos y entonó una melodía, sin
dejar nunca de aspirar y exhalar el humo. Metio una taza hecha de
coco en la olla, la levantó y derramó el contenido nuevamente en el
interior de la olla. Lo repitió unas cuatro o cinco veces,
levantando la taza cada vez más alto y vertiendo un líquido verdozo
del que volvió a desprenderse el olor a resina. Sus movimientos me
llamaban la atención, como si en ellos pudiera observarse algo
lúdico. Nos fue convidando uno por uno. El gusto era menos amargo
que el del tabaco pero era difícil de tragar. Axel había aumentado
el ritmo del Dyembé cuando Humala dio una segunda vuelta, siempre
con la taza entre sus manos. Mientras nos convidaba nos murmuraba
cosas al oido. Al llegar mi turno ya me encontraba algo mareado.
-¿A qué le tienes miedo?- me preguntó con su boca casi pegada a mi
oreja. Dudé unos instantes.
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