domingo, 24 de septiembre de 2017


Caicedo es el eslabón perdido del boom (latinoamericano) 
y el enemigo número uno de Macondo. (A. Fuguet)



sábado, 23 de septiembre de 2017



... debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de “innovaciones formales” en la narración. Muy a menudo, la “experimentación” no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar —y maltratar, incluso— a sus lectores. Esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá sólo resulte interesante para un puñado de especializadísimos científicos. 

R. Carver. 

lunes, 18 de septiembre de 2017

Planta Maestra (fragmento)



Los dioses envían la enfermedad
y solo los dioses pueden alejarla.

S. Sweig



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 -Soy demasiado escéptico- le dije -no creo en las plantas mágicas ni en efectos sobrenaturales.
-Esto no es nada sobrenatural- me respondió -es una planta maestra, ya la usaban los Incas para extirpar a sus demonios. De última no perdés nada y te desintoxicas un poco, tiene fundamentos científicos-.
-¿Es fiable ese Humala?- le pregunté.
-Muy- me respondió -lleva muchos años en esto-.

La idea quedó rondando en mi cabeza. Algunos días más tarde me encontré nuevamente a Axel en la esquina de casa. Posiblemente la casualidad haya sido lo que teminó por decidirme. -En la próxima me anoto- le dije sin que me preguntara, y a la semana me mandó un mensaje diciéndome que había programada una toma y que el grupo estaba casi cerrado. Me adjuntó también una dieta, la planta produce cierto malestar, vómitos, etc., y había que prepararse bien. Un día antes de la toma no debía ingerir nada sólido.

Me embarqué en una lancha colectiva hasta el canal Esperita en el Delta y bajé en el muelle Gavilán. El cielo estaba totalmente limpio, pocas veces había visto un turquesa tan intenso. Humala me recibió amable, estaba junto a Axel. Era la primera vez que lo veía y la impresión que me produjo fue buena, tenía un aire paciente. Parecía una persona mayor, aunque su rostro carecía de arrugas por lo que era difícil determinar su edad. -Él es Mariano- nos presentó Axel. -¿Llegó bien?- me preguntó, apoyándome ambas manos sobre los hombros. Respondí afirmativamente. -Ande por ahí y relájese- me dijo, señalándome el jardín lindero con el arroyo. Además de mi, había siete personas, cuatro mujeres y tres hombres. Ninguno se conocía entre sí.

Axel comenzó a hacer sonar el Djembé y Humala nos convocó a todos en el muelle. -Ahora van a tomar- dijo ofreciéndonos un líquido amarronado, no muy espeso. El gusto era repugnante. -Mucho, mucho- nos decía -hasta el fondo-. A los pocos minutos todos estábamos vomitando.

-¿Qué es?- le pregunté.
-Tabaco, para expulsar-. Humala hablaba poco, era como si midiera cada una de sus palabras. -Ahora no se anden agitando- nos dijo después, mirándonos a todos, -y no hablen entre ustedes, traten de conectarse con su interior-.

Habrán pasado unas cuatro o cinco horas. Me senté a la sombra de un nogal y vomité una vez más. La cantidad de plantas y árboles que hay en el Delta es infinita y lamentaba no poder reconocer más que unas pocas. El resto caminaba sin rumbo, como sonámbulos. Detrás de la casa podía verse una olla de la que emanaba un olor resinoso. Axel se había sentado a un costado, controlando que no se quemara lo que había en su interior. Humala iba y venía a intervalos y le daba algunas indicaciones.

Ya había comenzado a oscurecer cuando el Dyembé volvió sonar. Podía escucharse el canto de toda clase de insectos, fijé mi atención en un chirrido agudo que en un principio asocié al canto de un grillo.

Humala trajo la olla y nos distrubuyó en derredor de ésta. Prendió un mapacho y realizó unas figuras circulares en el aire con el humo blanco del cigarro. Luego cerró los ojos y entonó una melodía, sin dejar nunca de aspirar y exhalar el humo. Metio una taza hecha de coco en la olla, la levantó y derramó el contenido nuevamente en el interior de la olla. Lo repitió unas cuatro o cinco veces, levantando la taza cada vez más alto y vertiendo un líquido verdozo del que volvió a desprenderse el olor a resina. Sus movimientos me llamaban la atención, como si en ellos pudiera observarse algo lúdico. Nos fue convidando uno por uno. El gusto era menos amargo que el del tabaco pero era difícil de tragar. Axel había aumentado el ritmo del Dyembé cuando Humala dio una segunda vuelta, siempre con la taza entre sus manos. Mientras nos convidaba nos murmuraba cosas al oido. Al llegar mi turno ya me encontraba algo mareado.


-¿A qué le tienes miedo?- me preguntó con su boca casi pegada a mi oreja. Dudé unos instantes.  

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miércoles, 13 de septiembre de 2017

Diez décimas de saludo al público argentino (Alfredo Zitarrosa)

Allá en mi pago hay un pueblo

que se llama no-me-olvides;
quien lo conozca que cuide
su recuerdo como gema,
porque hay olvidos que queman
y hay memorias que engrandecen,
cosas que no lo parecen,
como el témpano flotante,
por debajo son gigantes
sumergidos, que estremecen.

Mi pueblo es un mar sereno
bajo un cielo de tormenta:
laten en su vida lenta
los estrépitos del trueno.*
Pudo engendrar en su seno
las montoneras de otrora
y cuando llegue la hora,
mañana, también podrá
clavar a su voluntad**
mil estrellas en la aurora.

No hay cosa más sin apuro
que un pueblo haciendo la historia.
No lo seduce la gloria
ni se imagina el futuro.
Marcha con paso seguro,
calculando cada paso
y lo que parece atraso
suele transformarse pronto
en cosas que para el tonto
son causa de su fracaso.


Mi pueblo no es argentino,
ni paraguayo ni austral;
se llama “Pueblo Oriental”
por razón de su destino.
Pero recorre el camino
de sus hermanos amados,
el de tantos humillados,
el de América morena
la sangre de cuyas venas
también late en su costado.


Mi pueblo no estuvo ausente
ni mucho menos de espaldas
a la trágica y amarga
historia del continente.
Fuimos un balcón al frente
de un inquilinato en ruinas
–el de América Latina
frustrada en malos amores–
cultivando algunas flores
entre Brasil y Argentina.

Pero mucho no duraron
las flores en el balcón
el rosquero y su ambición,
imprudente, las cortaron.
Y fueron las mismas manos
que arruinaron el vergel,
las que acabaron con él,
las que hoy muestran, codiciosas,
en vez del ramo de rosas
unas flores de papel.

No falta el bobalicón
nostálgico del jardín,
pero entre todos el ruin
es el que trajo al ladrón;
ése no tiene perdón:
si protegen sus ganancias
la decencia y la ignorancia
del pueblo, son sus amores;
no encuentra causas mejores
para comprarse otra estancia.


Ése sí no es oriental,
ni gringo, ni brasilero;
su pasión es el dinero
porque es multinacional.
Mentiroso universal
desde que vino Hernandarias,
piensa en sus cuentas bancarias
ponderando a los poetas
que hacen con torpes recetas
canciones estrafalarias.


Así pues no habrá camino
que no recorramos juntos.
Tratamos el mismo asunto
orientales y argentinos,
ecuatorianos, fueguinos,
venezolanos, cusqueños,
blancos, negros y trigueños
forjados en el trabajo,
nacimos de un mismo gajo
del árbol de nuestros sueños.

Y ahora reciban, señores,
un saludo fraternal;
dice mi Pueblo Oriental:
ya vendrán tiempos mejores.
Cifra de nuestros amores
poncho patria en el espanto
de mi pueblo y sus quebrantos
no les puedo conversar,
sólo les quise entregar
su corazón con mi canto.