miércoles, 6 de marzo de 2013

12 de abril.


Corrían para todas partes. El movimiento era intenso, nadie lograba entender qué es lo que estaba pasando. Muchos ni siquiera sabían qué clase de ordenes estaban obedeciendo ni de donde venían. Mucho menos quién las impartía. El búho de minerva solo despliega sus alas al atardecer, uno solo encuentra explicaciones una vez que  aclaró, cuando puede establecer una relación mínima entre causas y consecuencias. Pero en ese momento todo era confusión, algunos daban órdenes y otros las acatábamos sin saber ni siquiera de qué lado provenían. De haber camisetas, como un juego de fútbol, todo hubiese sido distinto, pero no había ni uniformes distinguibles para entender. 

Era de noche, las cosas habían ocurrido en forma extraña, como ocurren de noche, cuando operan fuerzas oscuras intentando cambiar la historia, alejados del pueblo y con la menor cantidad de  testigos posibles. La conspiración era un rumor incierto, que no terminábamos de creer. Yo me había acercado hasta ahí, casi por casualidad, más confundido que el resto. Entonces vi a un hombre sentado sobre una silla con las patas y el respaldo de hierro, sereno, mucho más sereno de lo que pudiera haber estado cualquiera. Esperando, pero en una espera paciente. Para mi fue como encontrarme con un prócer, con un fantasma, alguien lejano que uno solo conoce a través de historias o manuales. Pero ahí estaba. Tardé en reconocerlo, por esa distancia que impone el contexto, la distancia entre las imágenes y lo real. 

Entonces aparecieron otros, que tampoco sabían, que no tenían idea y nos miramos, como preguntándonos de qué lado estábamos, porque ni siquiera teníamos eso en claro. Pero sus ojos parecían transmitir las mismas ideas que tenía yo, y lo miramos a él que seguía ahí, sentado, paciente, con una libreta en la mano en la que escribía quién sabe qué cosas y nos miró y todos nos volvimos a mirar ya seguros de que era él. Y entonces levantamos los fusiles al mismo tiempo que nos poníamos a su lado, frente nuestro apareció otro grupo de  oficiales, que no estaba con nosotros, que ni siquiera sabía dónde estaba, ni con quién, porque actuaban movidos por esa lógica incierta obedeciendo órdenes vertidas desde lugares remotos que ni siquiera conocen. 

Pero la historia estaba de nuestro lado, más porque teníamos claras las ideas que por otra cosa. Y fue ahí que, ante el escenario que ya planeado, empuñando mi fusil más fuerte que nunca, y torciendo la historia, grité: 

-si matan a este hombre nos matamos todos-. 

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