martes, 7 de mayo de 2019

Monedas

Pasa una vez más a mi lado. Me pueden dar una moneda para comprar algo para comer... Camina recto, sin siquiera mirar a los pasajeros, como si no quisiera. Una repetición mecánica, sin vida, sin ninguna clase de compromiso -la cabeza gacha, mirando al suelo-, de tenerlo posiblemente no resista demasiado. Si existe algo que ha logrado este sistema es eliminar el autoestima hasta destruir cualquier cosa que se parezca a la humanidad, y la única forma de soportarlo es la enajenación completa de sí mismo. De este modo todos jugamos el juego de la no-videncia, dosificando la culpa. 

Tendrá sesenta y largos -quién sabe menos, la pobreza tiende a exagerar los años-, sus piernas son tremendamente delgadas, hasta el punto que sus pantalones de tela cuadriculada casi bailan a su alrededor. Camina cual autómata, con una mano estirada, a la vez que pide,  emitiendo un sonido monocorde que repite una y otra vez la misma frase. Tengo que confesar que ese paso inalterable y vacío, hasta me da cierta bronca y ganas de golpearle la cabeza y despertarla de aquella especie de trance. Otra de las cosas que logra este sistema es enfrentarnos unos a otros ante la menor fragua en relación a la estética y el quiebre de las prácticas legítimas, como si, de alguna forma, sin necesidad de expresarlo, los ideales del darwinismo social estuviesen siempre presentes.

No se me ocurre pensar si tiene familia o alguien que pueda preocuparse por ella, por un momento se me ocurre que es simplemente el producto de algún tipo de esquizofrenia (como si ello cambiara algo). Desaparece en el vagón de adelante. En el interín aparece un ciego vendiendo carilinas. Éste tiene un modo extraño de parlamentar, exagerando las eses intermedias, eliminando las finales, y sobrepronunciando la ere. Veinte pessssssso. Su  parlamento es claramente un juego, a la vez que su estrategia -la contracara de la mujer-, posiblemente su ceguera lo haya acostumbrado a sobreponerse desde el nacimiento. Lo de la mujer podría ser circunstancial, producto de la crisis actual, vaya a saberse qué clase de pasado tuvo. 

Aparece nuevamente, su andar es veloz, mas rápido que el general de quienes piden limosna, Me pueden dar una moneda... Su mano estirada, más señalando el rumbo de su paso que cumpliendo la función proyectada. Quizá no soporte la verguenza, quizá realmente haya tenido un pasado burgués o de clase media y ahora se vea en una situación que jamás soñó. Pasa una cuarta y una quinta vez, sin cambiar un ápice la frase ni el tono de voz, es un canto repetido, automatizado, que la ayuda a no pensar pero que carece absolutamente de efecto. Es un ente al que nadie mira, podría ser un perro o una mosca y daría lo mismo. Yo subí en Núñez, posiblemente antes haya pasado algunas veces más. 

En Beccar se abren las puertas del tren, la veo salir y caminar por el anden, posiblemente haya tomado consciencia de que no ha recibido absolutamente nada (alcanzo a divisar el quiebre en la mirada disimulada hacia su mano, aún extendida, vacía) y tampoco vaya a recibir en lo que resta del trayecto hasta Tigre, menos en la vuelta hacia Retiro. Sus ojos se humedecen. Nadie más que yo parece percibirla. La anestesia posiblemente esté ligada a una cuestión estadística. Camina hacia el norte de la estación, hasta ubicarse por delante de la formación (tengo que apoyar la cabeza contra la ventana para no perderla de vista). Es temprano pero el sol ya brilla en su escalada produciendo unas sombras alargadas que se reflejan sobre las vías. Camina más aprisa, como si repentinamente se hubiera acordado de algo o tuviera un asunto pendiente. 

Las puertas del tren se cierran y una vez que alcanza cierta velocidad -haciendo su marcha irreversible-, la veo hacer uso de unas fuerzas -quizá las últimas que le restan- que siquiera sospeché que tuviera, y balancear su cuerpo ínfimo hacia adelante.