sábado, 14 de enero de 2017

¿Te vas a quedar ahí?

(De Cuentos Misóginos de Paz Moreno)


Yo quiero ser tu esclava, papi.
Golpéame. dame latigazos, papito.
Muérdeme.
Déjame las marcas de tus dientes...


-Lleváme-, le digo, es lo único que me sale. El cielo está encapotado y parece que fuera a caerse. Mi vagina late al compás de mi pulso, quizás más rápido. De pronto es como si todo mi cuerpo se contrajera en ese punto y algo estuviera a punto de reventar. Me da miedo que se me note a través del pantalón. ¡Cuándo carajo se me ocurrió ponerme un pantalón blanco! Nunca uso pantalones blancos. Miro entre mis piernas, intento disimular pasando mi mano por la frente, afortunadamente no se ve nada. Aún así me causa cierto temor, en cualquier momento puede empezar a notarse.

-Adónde te llevo, linda- me pregunta. Suena medio pajero, pero no quiero perseguirme.
-Hasta Núñez, Larralde y Cuidad de la Paz-.

Mi corazón sigue aumentando su ritmo, sólo imaginarme la situación me hace temblar. No termino de comprender qué es lo que me pone así.

-¿Por dónde vamos?-.
-Por dónde le dé la gana. No- me arrepiento -vamos por donde sea más rápido, estoy apurada-.
-¿Por Córdoba o por autopista?- tantas preguntas me fastidian.
-Sólo lléveme y no pregunte más por favor-.

Frunce las cejas y hace un gesto con la boca, llevando los labios hacia el costado, se nota que no le gusta que le den órdenes, pero es taxista qué mierda. Pone primera y aprieta el acelerador, haciendo rugir el motor. Típico gesto de macho.

Hace sólo unos minutos el cielo estaba plagado de estrellas, se veía la luna casi entera. Ahora se llenó de nubes, unas nubes densas y negras que lo cubren todo, y está a punto de llover. Es la segunda semana de Enero y la primera luna llena está comenzando a menguar. Será por eso. Las calles están desiertas, no se ve un alma. Se avanza rápido. Comienza a gotear, las luces de los semáforos se deforman a través de los cristales mojados del taxi. Esas manchas verdirrojas, desfiguradas, me causan cierto hipnotismo, no puedo dejar de mirarlas y buscarle formas. No sé por qué me pongo así, debería dejar de verlo pero no puedo.

¿Te vas a quedar ahí? Me escribió, y fue como un desafío. Nuestra relación se basa en aquellos pequeños desafíos. A qué no… etc., y uno u otro sale corriendo desesperado cómo si tuviéramos quince años. Creo que nunca voy a aprender a comportarme como una mujer. Ya tengo treinta y ocho y me comporto como una adolescente. Mi corazón está a punto de estallar, creo que tengo taquicardia. Por qué no, se me ocurrió, una última noche juntos, después de todo nadie me va a coger como él, nadie me hace gozar así. Hacía ya un tiempo que habíamos decidido dejar de vernos. Voy para allá, nos matamos hoy y que sea lo que dios quiera. Me hago la superada y después me paso tres semanas en cama llorando y sin poder moverme. Me puse lo que tenía a mano y tomé el primer taxi que encontré. Soy tan infantil, no puedo evitarlo.

En mi cabeza se cuela una infinidad de imágenes, mientras toda la energía de mi cuerpo sigue desplazándose y acumulándose en el mismo lugar. Debe ser la libido, o la adrenalina, no sé, posiblemente sean lo mismo o funcionen juntas. No sé qué tienen sus manos pero sólo de pensar es como si mi cuerpo se encendiera. El modo en que me toca, como se apropia de mi cuerpo. Ni siquiera es que me toca, sus manos me invaden, hurgan mi cuerpo como si fuese un cajón o un baúl lleno de cosas, lo revuelven y lo ponen patas arriba. Lo peor es que me encanta.

El movimiento del taxi en el empedrado me llena de placer, estoy a punto de tener un orgasmo. Miro por la ventana y veo las paredes altas, enormes, del cementerio de la Chacarita, iluminadas de blanco por los focos del alumbrado público. Las ramas de los árboles cortan por la mitad esos paredones inmensos de casi quince metros. La imagen se me hace intensa, es hermosa.

Por autopista o por Córdoba. Se me vienen a la cabeza las palabras del taxista, trato de eliminarlas pero no puedo. Mientras llegue que agarre por cualquier lado. ¡Qué carajo importa! La intensidad se deshace, me desconcentro. Los orgasmos agudizan los sentimientos y hacen que cualquier sonido o imagen se intensifique y se viva como algo único. Siento correr un río, me miro para ver que esté todo bien. Me resulta extraño que aún no se vea nada a través del pantalón. Siento la sangre atravesar mis venas, me asusto. Algo no está bien. No sé si es sangre o qué lo que tengo dentro. La lluvia se hace más intensa. ¡Cuándo voy a crecer! 


El taxista mira por el espejo retrovisor, me pone incómoda. Su mirada es libidinosa, como si intuyera algo o pudiera leer mi mente. Los ojos le brillan. Mi cara se inflama de vergüenza, no lo puedo evitar. ¡Qué puede saber!

-¿No puede ir un poco más rápido?-.
-Podes tutearme si querés-. Me llena de odio. Repito la pregunta. -¿Querés que me hagan una multa?- me responde. 

Me toma por idiota sólo porque soy mujer. A un hombre no le diría eso. Ni siquiera le respondo. Si fuese hombre le rompería la cara.

¿Te vas a quedar ahí? Miro la frase en mi celular, me siento una quinceañera. Salir así corriendo a mitad de la noche, toda mojada. Tiene una pija hermosa, firme, completamente simétrica que se pone dura de solo verme. Es un aparato deseante. Me gusta la idea, la anoto en mi teléfono. Mi aparato deseante, subrayo el , no puedo evitar una sonrisa. Eso me intimida, le digo. ¿En serio te intimida? me pregunta cómplice. Ambos nos reímos. Ese fue uno de nuestros primeros diálogos antes de coger por primera vez. No olvido la picardía de sus ojos antes de perdernos en todas esas escenas sexuales trilladas -vulgares si se quiere-, robadas de cualquier película porno. Él pegándome en las nalgas como un chico que se porta mal, montándome por atrás, agarrándome del pelo, fuerte, luego ahorcándome hasta el punto de dejarme casi sin aire, preguntándome y yo confirmando todo ese paratexto sexual tan predecible, soy tu puta, sí, tu perra también, ambos lamiéndonos, etc. Qué dirían mis amigas feministas si me escucharan. El sexo es un acto machista, pienso, machista y misógino. De otra manera no se disfruta, no tiene sentido.

Cruzo las piernas intentando reprimirme pero el efecto es el inverso y apenas puedo evitar un gemido sordo. Me tapo la boca inventando un bostezo, me avergüenzo. El tipo sigue mirando por el espejo retrovisor con sus ojos encendidos. ¡Qué carajo mirás! No lo digo pero lo pienso, si fuese hombre le diría eso y otras cosas. A veces quisiera no andar con tanto cuidado. ¡Qué querés ver, pajero! Me gusta la palabra pajero. Pajero. Pajero. Pajero. La repito mil veces, me ayuda a distraerme. Miro por la ventana, el tiempo no pasa más. Estamos por el Polideportivo de la calle Crámer. Acá estaba la cancha de Platense, me dijo una vez. Me importa un carajo el fútbol pero me resultó simpático que ahí hubiera una cancha de fútbol.

Sobre la ventana del taxi caen unas gotas que parecen globos. Estallan, hacen un sonido potente como si reventaran. Miro mis pantalones y una mancha delgada y oscura empieza a marcarse entre mis piernas. Suspiro, ya casi llegamos.


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