martes, 29 de enero de 2013

Fonolas...

-Baile eso que el papá nos enseñó- le decía una hermana a la otra. Desde la fonola había comenzado a sonar una chovena, ritmo tradicional de la región de Beni, y las dos se habían lanzado a la pista improvisada en el centro de un bar semivacío sobre la avenida Cañoto. Por momentos saltaban sobre un piso que apenas las resistía, a pesar de ser de cemento, y por otros se mecían hacia los costados como si estuvieran en una cuna. 

Mientras, el resto, que no éramos más de seis o siete -una mesa de tres hombres, ya borrachísimos, las dos chicas que atendían, una bastante sexy, con la que me iría a dormir unas horas más tarde, y otros dos que miraban desde la calle-. Tras esta sonó una mupera y los tres hombres se levantaron a acompañar el baile, un baile apenas en pie, ya que ninguno, ni las dos hermanas ni los tres hombres podían mantenerse parados. Tras esa vino otra chovena que bailaron desordenadamente, apoyando sus cuerpos uno sobre otro, simulando una escena de sexo que no hubiese podido ser a causa del estado en que todos estaban, y finalmente apareció en la pantalla Camilo sesto para aplacar las aguas y que todos se fueran a sentar a sus respectivas mesas para no dirigirse más la palabra.

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