lunes, 3 de octubre de 2016

Distopías







Ciudades arrasadas, cielos electrificados y oscuros donde ya no se ve el sol. Desiertos infinitos o inframundos subacuáticos. Incertidumbre, mutantes sobrevolando y controlando espacios inhabitables para el hombre. Gases liberados, el monóxido, el oxígeno a precio vil.

Posiblemente las distopías sean el signo del contraste entre el deseo y el goce, el discurso que habilita la armonía, fantasía de cierre, la eliminación de "las grietas" y la acción que profundiza este destino certero. Máquinas, terroristas, salvajes, bárbaros y hasta piqueteros y choriplaneros. El Otro es siempre responsable de un mundo que no pudo ser.

El Uno funciona como aquello incuestionable, el padre, el gran Otro, etc., que siempre actúa al margen de la ley y quién la sienta. El que organiza el juego, y permanece por fuera, al mismo tiempo que borra las huellas de su interferencia. Nadie diría que participa, más bien es un fantasma aislado al que se suplica en busca de orden o por necesidad.

Las distopías causan cierta fascinación, funcionan como ese lugar indescriptible en el que nada puede nombrarse porque nada existe, al que se mira desde lejos, y al igual que el resto de las utopías, su destino sería nunca realizarse. Su imagen es tan certera como abstracta, sus causas son tan ciertas como contradictorias, si sabemos que el sistema desemboca en ese lugar, aquello forma parte de un destino inevitable. Por el contrario, al bárbaro, al salvaje -paradójicamente su acción es decisiva y contingente- mejor exterminarlo antes que provoque daños irremediables.

Las distopías funcionan a la vez como advertencia, su incertidumbre es la medida de todas las aprehensiones, sirven para no pensar, para accionar una conciencia falsa que aniquila lo que se interpone en su paso. Para dejarnos satisfechos frente a lo imposible. La distopía es el destino voraz que se realiza en su negación, que advierte y conduce a lo inevitable. Es nuestra forma de compararnos y solidarizarnos con un otro falso que nos consume y se consume en cada acto. Es nuestro reto, modelo ideal, lugar de identificación. Es la promesa de lo infinito, nuestra vida en el más allá, al mismo tiempo que el ahora más que nunca. Es el hedonismo que se realiza en el instante, el dios ha muerto que revive a un dios inalcanzable que presiona hasta desmembrar.

Es la memoria fraccionada que regresa incompleta, el pasado que induce a un presente que niega el tiempo. Es el cuerpo perfecto frente a la máquina, el reverdecer frente a la putrefacción, lo artesanal junto a la inteligencia artificial (IA), el eterno retorno producto de la informática. Es el imposible como acción destinada a desgranarse. Es el destino de la técnica ocupando el lugar de un dios plenipotenciario decidido a acabar con la humanidad, son a la vez los deseos de redención.

La temporalidad es el punto de aniquilación del presente. La ciencia no piensa, dijo Heiddegger hace más de medio siglo. La distopía es la realización fallida de todas las fantasías de la técnica.

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