sábado, 8 de octubre de 2016

Durmiente



Descansa. Su rostro mantiene un gesto apacible, gozoso. Su tórax se eleva de cuando en cuando. El durmiente. Nadie podría decir que sufre. Quizás se sueñe poderoso, dueño de un reino o una mansión. Su torso desnudo, sus pies negros. Sus pantalones acariciando el suelo de baldosas, pegado al cordón. 

La catedral es inmensa, sus cúpulas monumentales -como todo en Brasil-. De un estilo gótico, anacrónico, con sus dos torres de casi cien metros de altura y una cúpula de un tamaño descomunal. Frente a ella un grupo de católicos se persigna, veinte, treinta personas, portando remeras de un anaranjado fluorescente que los identifica. A Igreja de Nossa Senhora... llevan inscrito a la altura del pecho en letras negras. Están alegres, victoriosos, como si el trayecto hasta semejante monumento hubiese sido arduo, quizás una deuda pendiente o una promesa. Vienen desde el interior, alguna ciudad alejada, puede adivinarse. Todos muy católicos, orgullosos de serlo. La catedral estoica, bajo un cielo limpio, celeste, que los envuelve. El cielo cálido.

Nadie lo mira, ni siquiera lo notan. Le pasan por al lado, lo rodean, lo saltan. Él duerme, apasible, con su gesto, soñando su grandeza, su mansión. Paseando entre sus habitaciones, su jardín de invierno, posando para Veja... Su tórax hinchándose a intervalos irregulares, curtido, las plantas de sus pies conteniendo toda la mugre de San Pablo. Nadie diría que sufre. No escucha el sonido de los colectivos, ni el griterío constante que rodea la plaza. Se encuentra ausente, las bocinas, los caños de escape, los silbatos de la policía ordenando el tránsito le son indiferentes. Es algo, una cosa apoyada contra el farol del alumbrado público, un adorno o una pieza más del acero que recubre la estructura de no hincharse y deshincharse cada tanto, si su carne fuese piedra. El asfalto como almohada. 

Los católicos se persignan una vez más, contentos por conocer la Catedral da Sé, dedicada a la virgen María, de la que tanto les han hablado. Su felicidad se manifiesta en un murmullo constante entre unos y otros, y en sus sonrisas. Los miro, recorro sus rostros, uno a uno, felices, algunos me ven pero ninguno sostiene la mirada. Absortos, su atención no da para otra cosa. El éxtasis frente a la catedral es inmenso. El viaje valió la pena, a Catedral da Sé... él duerme.

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