miércoles, 17 de mayo de 2017

Kansas City

La palabra redundó en mi cabeza. Fijé mi atención en el video, un video que le paso a mis alumnos desde hace años para explicar el materialismo histórico. A veces ni siquiera lo escucho, conozco de memoria cada imagen y cada uno de los diálogos. Sin embargo, esta vez la palabra redundó con especial énfasis. Fasten your seat belts, because Kansas is gonna bye bye. Esa era la frase completa pero la palabra Kansas fue la que permaneció. Era una metáfora claro, pero uno separa los elementos, metódicamente, como en los sueños, "signos no destinados a la pronunciación, sino a determinar a otros", dice Freud. Kansas, Kansas, pensé entonces, como si fuera una clave -la piedra Roseta dándome la entrada a los jeroglíficos egipcios-. ¿Qué significado podía tener...? Busque en mi cabeza y creí encontrar la solución: Charlie Parker. Hace unos días venía investigando acerca de su vida y había escrito un relato sobre su huida de Kansas, cuando dejó a su primera esposa para triunfar en Nueva York. Pensé en aquel momento, en su mujer recibiendo la noticia, en el viaje y el nuevo estilo, como si estuvieran signados uno en el otro, en el bebop, luego en Kerouac, en la ruta, en las nuevas formaciones, en Gillespie, incluso en Chano Pozo recibiendo el balazo de su dealer, etc. Quizás ahí radique la razón, pensé, quizá en Parker o en todo lo que sigue. La semiosis social es ilimitada, al igual que la asociación libre.

No le di más importancia y continué mi clase. Matrix y el materialismo histórico, puede sonar absurdo sin embargo es una relación perfecta, siempre y cuando uno comprenda los desvíos que impone una metáfora. Volví a mi casa y seguí con mi rutina diaria: lecturas en el café, escritos, más tarde ensayo, etc. Sin embargo, la idea perseveró dos o tres veces durante la tarde. El deseo insiste. Por la noche mi amigo Carlos Masotta presentaba -junto a Eduardo Molinari- una conferencia performática sobre agrotóxicos en el teatro Cervantes: El manto. Llegué unos minutos antes de que comenzara, la representación duró alrededor de una hora y media. Datos y más datos horribles, espantosos. Una sierra eléctrica, Monsanto, sus semillas, las fumigaciones, los niños bandera, enfermedades, deformaciones, etc.

De ahí nos fuimos a cenar a La Tekla, un reducto con pretensiones de cantina -bastante cursi- en Barrio Norte. Necesitaba un respiro, o un suspiro, sin embargo la cosa siguió. Me aburrí un poco, más allá de algunos diálogos esporádicos con Molinari, estaba presente toda la cátedra de Soberanía alimentaria y las conversaciones rondaron respecto a un tema que a mi no me preocupa demasiado, quizá menos de lo que debería. 



Ya eran casi las doce. Mejor nos tomamos un taxi, me dijo Masotta cuando salimos, estábamos por encarar hacia Santa Fe, a tomar el 152. Entonces caminamos hacia el lado opuesto, hacia Córdoba. Era una noche cálida para Mayo, llena de estrellas. Ya se va a venir el frío, dijo alguien, no recuerdo quien, creo que la otra antropóloga que participaba en la otra. La calle estaba semidesierta, apenas algunos autos se escuchaban pasar de vez en cuando. Pensé en esa zona como un territorio periférico. De día saturado de gente y de noche tan vacío, casi fantasmático. Cruzamos frente a un albergue transitorio, sobre Talcahuano, a veinte metros de la avenida Córdoba. Recordaba su fachada, con sus ventanas tapadas y sus paredes algo despintadas, habíamos estado ahí un año y medio atrás, quizá dos. Fije mi vista, reviviendo ciertos recuerdos, buenos recuerdos. Nuestra desesperación y la necesidad de ocultarnos, meternos donde fuera para no terminar haciéndolo ahí mismo, en la plaza frente a Tribunales. Sus habitaciones son espantosas, pensé, uno de los telos más feos que conocí, sin embargo lo pasamos muy bien, extraordinariamente bien. Sus ropas cayendo, o siendo arrancadas. El deseo y todo eso. Miré una vez más la fachada. Al costado de la puerta, un cartel grisáceo -típico de telo-, anunciaba el nombre en letras negras: Kansas City.

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