domingo, 10 de febrero de 2013

Arrinconado...

Casi por casualidad terminamos los tres hablando. Cristela, una morocha cruceña, de pelo bien negro y ojos también negros, de los ojos más negros que vi en mi vida, profundos, casi una fosa. A mi lado, él con su bajo, un cubano, del que nunca supe su nombre, aunque al día siguiente me invitó a verlo tocar en el café 24 con su banda, conformada de cubanos residentes en Bolivia, excepto uno de los percusionistas que era camba. Hablábamos de música, latin, merengue, salsa, música cubana, etc. Cristela habría los ojos a cada palabra, no sabía tanto, pero su pasión era infinita. 

-¿Y vos cantas?- le preguntó el cubano. 
-Claro- le respondió -es uno de mis secretos mejor guardados-. 
-A ver, canta algo-. 
-Ahora?-.
-Sí, ahora-. 

Estábamos en Club Caribe, uno de los pocos lugares para bailar salsa en Santa Cruz. Ya era de día y sólo quedábamos nosotros tres, el dueño, un tipo bajito, de bigote, que se las arreglaba para pasar música y bailar de vez en cuando, y cinco o seis clientes más. Hacia más de una hora que el dueño estaba intentando echarnos pero al parecer no había ánimos para irse. La música ya estaba apagada. Entonces Cristela cantó. Contigo en la distancia, bolero clásico, feelin´ dirán los que saben, género cubano, mezcla entre bolero y jazz, nada fácil. Sin embargo, lo hizo a la perfección, cada nota en su lugar, una voz que pasaba de los graves a los agudos con una facilidad tremenda. Al primer fraseo el lugar enmudeció, las voces se apagaron hasta hacer un vacío que hacía que su voz retumbara en las paredes produciendo un eco sutil. Al pronunciar "no hay bella melodía", me miró directo, con esos ojos como agujeros negros, y yo casi me hacía pis encima. "En qué no surjas tú" fue peor, su mirada más intensa, yo volaba por los aires. "Ni quiero yo escucharla..." terminó por volverme loco, ya no había nada que me bajara. Yo, el cubano, el lugar entero se enamoró de su voz, una voz que por momentos adquiría un tono metálico preciso, y luego volvía a una calidez íntima que te arrinconaba en el sillón más oculto del peor de los bares. 

Cuando terminó sonaron los aplausos. El cubano y yo quedamos con la boca abierta. Enamorados. -Con vos voy a formar una banda- le dijo, no sé si para levantársela o con proyecciones serias, pero el hecho lo ameritaba. Su mirada seguía arrinconándome. Nunca más la volví a ver.

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