jueves, 7 de febrero de 2013

Secuencias...

Estábamos buscando un carrito de hamburguesas cuando sentimos los ladridos. Indudablemente solo un alma en pena es capaz de emitir semejantes aullidos. Provenían de un bar karaoke situado sobre la Cañoto, un par de cuadras antes de Isabel la católica que era donde nos quedábamos. Entramos para ver a quién estaban matando. El lugar era oscuro, rectangular, angosto pero se extendía hacia el fondo, con una rockola gigante con una tarima frente a una pantalla donde se proyectaba el video con las letras correspondientes a la canción para que el que canta las pueda seguir. En este caso particular no servía de mucho porque era una canción de Queen que el participante estaba destruyendo en todos sus sentidos y no le importaba ni la letra y la música, más que gritar como un perro que extravió su alma. Era obvio que el alcohol estaba haciendo estragos sobre su cuerpo como sobre la canción y, principalmente, sobre todos los que estaban ahí presentes, incluyéndonos a nosotros dos que mirábamos desde la puerta muertos de risa. 

De pronto, no sé si tuvo algo que ver con la interpretación o qué, cuatro jóvenes se levantaron de sus mesas y en una estampida salieron del bar al mismo tiempo que se iban sacando las remeras. 
La gresca no duró demasiado, había una mujer de por medio, de pelo rubio, al parecer la excusa para la ocasión, que intentó interponerse entre los grupos sin demasiado éxito. La batalla no dejó grandes estragos, pero hubo un grupo que dominó ampliamente la pelea. 

No pasaron ni cinco minutos que llegó una camioneta de la policía a toda velocidad. Se bajó un oficial y la señora de los carritos de hamburguesas le señaló la puerta del local, indicándole que dos de los contendientes se habían metido ahí. Sin embargo, el oficial prefirió subirse a su camioneta y hacer una maniobra que pudo haber causado un accidente, cruzando la Cañoto en sentido inverso a la búsqueda de los otros dos, que habían salido corriendo en dirección al centro. Por esas cosas fortuitas del destino, y como si estuvieran en todas partes, un periodista que paseaba con su cameraman, se bajó de un taxi corriendo y salió a registrar tamaña persecución. Finalmente el policía encontró a los temibles y al cabo de unos minutos de conversación los dejó ir, seguramente luego de haberles pedido alguna colaboración. El periodista se quedó con su pequeña historia, de la que mucho no pudo sacar porque no había tanto para contar.

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