martes, 9 de diciembre de 2014

Tengo un Pitbull en el balcón. Los del J reloaded.


-¡Viste lo que pasó!- me dijo el Chizi al cruzarlo en el hall de entrada del edificio. Sus palabras eran empujadas por el olor a alcohol. -Ahora van a venir a allanar, vas a ver….-.
-No, qué pasó- le pregunté sin siquiera sospechar de lo que me estaba por contar.
-Uhhh, no sabés- me dijo sonriendo, como si estuviese contándome una aventura. Sus ojos guardaban esa expresión alegre que dan algunas borracheras. -Seguro que van a venir a allanar, igual, a ver si tiran algo, con todas las porquerías que tiene ahí Bernardo-.
-¿Qué pasó chizi?- volví a preguntarle, ya intrigado.
-¿Te acordás de Ariel? El flaquito ese, que te apuro. Yo me enteré…- esbozó como si me estuviese revelando algo indebido.
-¿Quién es Ariel?- pregunté.
-Ariel, el amigo de Leo, ese que una vez te apuró, yo me enteré- repitió.

Entonces pude establecer las conexiones correspondientes como para intuir de quién se trataba. El Chizi es uno de los vecinos del departamento J, en algún momento novio de Mirta, treinta años mayor que él, con la que tuvo a Arón, su hijo. El departamento J es de Bernardo, quién tenía una madre que pasó mucho tiempo enferma y para cuidarla contrató a Mirta, que se le instaló y no se fue nunca más. Mirta, a su vez, instaló a sus tres hijas, y una de ellas tiene, o tenía, quién sabe, ahora, un noviecito, algo bajito, morrudo, con aspecto oriental -hijo de taiwaneses- llamado Leo. A Leo tuve la oportunidad de agarrarlo alguna vez en el palier de mi departamento –vivo en el último piso y es el más apartado- sentado sobre la escalera con dos compañeros, tan pasados y taimados como él, contando la recaudación de uno de sus trabajos. El recuerdo más claro que guardo de aquella escena son las monedas desparramándose por todas partes y un fajo de plata que se dividía en tres partes iguales. Estaban tan concentrados en el asunto que ni siquiera me dedicaron una mirada. En ese momento yo salía con X, una ex alumna con menos vida que una mariposa, estaba a punto de llegar y era factible que no soportara la escena. Por lo que –sin medir las consecuencias- les dije que se mandaran a mudar de ahí lo más rápido posible, a lo que respondieron con una mirada de asombro, como si hubieran visto un fantasma. Como rastros de aquella velada, dejaron una botella vacía de cerveza, un par de tucas, y el monedero de una caja registradora, debidamente acomodadas debajo del lavadero.

Leo no era lo que se dice, el muchacho ideal para presentar a una familia próspera y con aspiraciones. Sin embargo, últimamente parecía mucho más rescatado, se lo veía bien vestido –con camisa y pantalón de vestir- y hasta se había comprado un Peugeot 306. Según se comentaba había conseguido un trabajo “formal”. Ariel era uno de sus amigos, flaquito, desgarbado, paraba generalmente en el poli de Manuela Pedraza. Esa noche de la que hablaba el Chizi, nos cruzamos en la esquina de mi casa mientras yo paseaba a mi perro y una mirada sirvió como excusa para que nos trenzáramos. Su estado era lamentable, y posiblemente una pelea le sirviera para bajar un poco a tierra. Yo estaba completamente en desacuerdo, pero mis razones no le valieron demasiado y no hubo otra que terminar a las trompadas a las tres de la mañana, en medio de la calle, esquivando alguno que otro auto que pasaba por ahí. El tema era que ahora, Ariel ya no estaba.

-Van a venir a allanar, boludo, me entendés…- dijo, casi maníaco. El Chizi estaba prendido a aquella frase y no hacía más que repetirla una y otra vez, sin darme la posibilidad de entender que me estaba queriendo hacer entender.
-No, no entiendo Chizi, si me contás desde el principio…-.
-¿Vos te acordás de Ariel, ese que te apuró?-.
-Sí, me acuerdo ¿qué tiene?-.
-Bueno, lo mató, no sabés, le van a dar como diez años. Y para colmo encontraron un teléfono celular con el número de acá y ahora seguro que van a venir a allanar. Y yo tengo un Pitbull en el balcón y no sé qué hacer…-.

No me estaba dando la suficiente información como para que pudiera terminar de comprender. Hasta ahora mis únicos datos eran un muerto, un asesinato, un posible allanamiento y un pitbull –el perro de Leo- en el balcón del departamento J.

-¿Ariel mató a alguien?- le pregunté.
-¡No, boludo!- me respondió el Chizi, enfático –a Ariel lo mataron chabón!-.
-¡A Ariel! ¿Quién lo mató?-.
-Ay, Mariano- dijo, resignado, suspirando -no entendés nada, che. Y ahora van a venir a allanar-.
-¿Cómo querés que entienda, Chizi?-.
-¿Sabés quién es Leo?-.
-Sí, el novio de tu hermana- le respondí. En ese departamento vive tanta gente que a veces las relaciones se me mezclan.
-No, no es mi hermana, es la hija de Mirta, pero no importa. Bueno, Leo lo mató-.
-¡Leo mató a Ariel!- el surrealismo de la escena que se me planteaba superaba cualquier horizonte de expectativas.
-Sí, y ahora está en cana, y le van a dar como diez años-.

Se me cruzó la imagen del destino como un caimán agazapado a la espera de su presa. Este es capaz de permanecer una semana bajo el agua, a medio centímetro de la superficie, observando, paciente, esperando el momento preciso en que su presa se descuide para saltarle, veloz milimétrico, sin darle oportunidad. Lo mismo ocurre con algunos sectores sociales, su trayectoria los signa, se sabe lo que va a pasar, y la pregunta crucial es cuándo. Y leo era su fiel representante, hace tiempo que podía intuirse su caída, posiblemente desde el episodio de la noche de furia, cuando le abrió el brazo como una naranja a la amiga de Marina, o desde que lo encontré en el palier de mi departamento. Sus condiciones sociales hacían prever que su destino estaba sentenciado, la única pregunta que quedaba por resolver era cuándo. Y ahora ese misterio se develaba.

-¿Qué pasó?- pregunté.
-Leo y Ariel se venían bardeando por Facebook, ya hace un tiempo y a Leo se le ocurrió ir a buscarlo para arreglar las cosas. Parece que se volvieron a trenzar y Leo le pegó un tiro en el pecho-.
-¿¡Cómo le pegó un tiro en el pecho!? ¿¡Fue a arreglarse y le pegó un tiro!?-. A medida que la historia avanzaba no dejaba de sorprenderme. Supongo que mi pasado burgués hace que todavía me siga sorprendiendo de lo que para otros sectores es moneda corriente.
-Sí- me dijo esbozando una sonrisa incrédula -¡y ahora tengo un Pitbull en el balcón!-.
-¡Cómo!- insistí.
-Sí, el perro de Leo, está cagando y meando en el balcón y no sé qué hacer, no lo voy a tirar a la calle…-.
-Me refería a lo del tiro-.
-¡Ah! sí, se bajó del auto con un máuser.
-¡Un máuser!-.

Máuser fue una fábrica alemana del siglo XIX que construyó unos fusiles que tuvieron tanta eficacia que se utilizaron hasta mediados del siglo XX. A la vez se fabricaron unos mosquetes, que no eran más que una versión recortada de los mismos y también tuvieron mucho éxito. Lo qué resulta extraño y difícil de imaginar, es que alguien pudiera tener uno de esos y usarlo en la segunda década del siglo XXI.
-¡Qué hacía con un máuser!- pregunté sorprendido, tanto por la historia de eso que era casi una pieza de museo, como por su portación.
-Mmm, parece que andaba en algunas cosas-.
-Qué cosas…- pregunté ingenuamente, más por preguntar o por morbo, porque ya conocía la respuesta.

Hasta hace poco Leo y Marina todavía vivían en el J, pero Mirta, su madre, la ex del Chizi y ex cuidadora de la madre de Bernardo, ya cansada de tanto bardo, les dijo que se fueran a vivir a otra parte. Alquilaron un departamento, también por Saavedra pero la plata para los gastos, manutención del auto, y el alquiler no les alcanzaba. Posiblemente Leo, siguiendo la lógica de la experiencia, una lógica fáctica, podríamos decir, prefirió volver a un negocio que era mucho más rentable, aunque algo más arriesgado.

-Estaba en el afano- me dijo el Chizi, juntando los labios, con pose de quien revela secretos indebidos. -La policía entró en su departamento y encontró plasmas, televisores, teléfonos, plays…-. Se me vino a la cabeza una pregunta que me hizo Marina hace ya unas semanas en el palier del edificio “-sabés de alguien que quiera comprar un Samsung Galaxy, nuevo-” aunque probablemente lo mío no sea mas que prejuicio. –Y lo peor-prosiguió el Chizi -es que en el celular encontraron el número de teléfono de acá, así que en cualquier momento van a a venir a allanar. Esto me lo dijo Ana María, la rubia de acá en frente, de Cáritas, es re buena onda…-.

A esa altura la mezcla entre lo trágico y lo previsible  del asunto (casi una tautología me corregiría cualquier especialista en literatura antigua, aunque esto no se tratara de ficción) ya me habían sacado las ganas de escuchar. “Los jóvenes pobres se encuentran condenados a priori”, la frase es casi un clisé, pero eso no hace que sea más fácil soportar la eficacia de los hechos concretos y más cuando uno se encuentra con una historia que venía previendo.  Opté por no preguntar más, sin embargo, aunque el Chizi todavía tenía ganas de seguir contando.

-Pará, pará- me dijo, al ver que me iba -eso no es todo- me costaba pensar que todavía cupiera algo más, –Marina se bajó del auto, y le pegó un culatazo, a la mujer de Ariel, casi a la altura de la sien –me hizo una seña indicándome el lugar en su propio rostro –le hizo un corte de casi diez centímetros. Y lo peor, sabés qué fue… que la piba estaba amamantando- hizo una pausa, la realidad es mucho más trágica que la ficción, otro clissé - ahora van a venir a allanar, y yo con un Pitbull en el balcón…-.


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