martes, 8 de noviembre de 2016

Restos



Cinco carozos de aceituna, los dientes aún marcados entre pequeños trozos verdinegros que escamotean la metonimia. 

Media empanada, signo de una boca semihambrienta, deja entrever el jamón intercalado con el queso de máquina derretido. Tres tapitas rojas de cocacola -rebalsando de cenizas-, usadas a modo de cenicero, que forman un triángulo equilátero. Sus lados perfectos.

Dos cajas de cartón con restos de muzzarella, papel celofán y colillas en su interior, también usadas como ceniceros. Grandes ceniceros, con agujeros pequeños cuya circunferencia es oscura, producto del fuego de los cigarrillos. 

Tres vasos llenos hasta la mitad con cerveza, mezclada con alquitrán y nicotina. Dos vasos más, totalmente vacíos, signo de una noche larga y opulenta. Uno de estos teñido por el rojo del rush en su borde.

Algunas huellas digitales, visiblemente marcadas, producto del aceite y la grasa de la pizza. Botellas desperdigadas por el suelo, apoyadas contra la puerta. Un Jack Daniels que ya es un recuerdo.   

El humo, un hilo de luz filtrándose por la persiana que da a la calle, un corazón dibujado con un dedo en el vidrio de la ventana. Dos cuerpos muertos sobre la alfombra. 

Una hoja recortada con la mano, sobre la mesa, con una frase escrita en birome azul y letra ligera:

Un amor verdadero, es aquel que triunfa duraderamente, a veces duramente, sobre los obstáculos que el espacio, el mundo y el tiempo le proponen.  

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