sábado, 14 de octubre de 2017

-Sólo quisiera poder explicarte- le dije y me miró con la tortuga entre las manos.
-¿Explicarme qué?- respondió algo agitada. -Ayudame a tenerla que tengo que darle una inyección- me dijo, sin prestar demasiada atención a lo que tenía para decirle. La tortuga era otra de las mascotas moribundas que había rescatado del hospital. -La dejaron así, estaba totalmente descuidada. Tiene neumonía- dijo, mientras intentaba incrustarle la jeringa entre el caparazón y las patas. 
-Neumonía- repetí. El concepto "neumonía" aplicado a una tortuga se me hacía algo ridículo. 
-Sí, neumonía- dijo, -¿qué tiene?-.
-Nada, nada-.

Me gustaba verla así, concentrada, aunque fuera en esos proyectos infrutuosos. Sus ojos oscuros enfocaban directo al animal igual que un francotirador hacia su blanco. Un enfoque directo, letal. Enérgico. Su mandíbula se había endurecido y apenas parpadeaba. La situación la abstraía.

-Me gusta verte así- le dije, pero tampoco me prestó atención.
-Dale, tenela con fuerza que se mueve demasiado y así no puedo-. La tortuga se movía como una condenada, nunca pensé que una tortuga pudiera hacer tanta fuerza. 
-¿Así?- pregunté, estaba haciendo tanta presión sobre la tortuga que sentía que iba a aplastarla o a partirla en dos. 
-Dale que ahí va- dijo una vez más -no te preocupes que son duras-. 

Los músculos de sus brazos se habían marcado como si estuviese levantando un tronco, por fin logró traspasar la piel gruesa de la tortuga con la jeringa. Levantó la cabeza y me miró con una sonrisa. Sus ojos se veían menos intensos y sus músculos faciales se habían relajado.

Le pasé la tortuga y la llevó hasta el patio. La metió adentro de una caja de cartón de casi medio metro. De acá no te vas, dijo en voz alta. Volvió a entrar y se sentó en el sillón frente al televisor, puso las piernas sobre una mesa ratona que había enfrente a éste. Suspiró. Se la notaba agotada aunque satisfecha. Apoyé mi mano sobre su hombro y me miró. El francotirador de hacía unos minutos había desaparecido. 

-¿Qué era lo que querías explicarme?- me preguntó.  Se me ocurrió que no era ese el momento para explicarle nada. 
-¿Qué hay para ver en la tele?- pregunté mientras tomaba el control remoto. En canal siete estaban dando un documental sobre cocodrilos, o "aligatores", como decía el relator. -Interesante- dije mientras miraba los cocodrilos. Seguía pensando en la tortuga con neumonía, algo en todo eso me causaba gracia. 
-Interesante- respondió, sarcástica. Se hizo un silencio que dejó que se escucharan los golpes que se daba la tortuga al chocar contra las paredes de su caja. -¿Escuchas?- dijo, levantando el dedo índice y apuntándolo hacia el patio. Afirmé con la cabeza y rocé levemente su mejilla con mi mano. Sus ojos se habían puesto intensos nuevamente. -¡Siempre igual, eh!- dijo, sin dejar de sonreír, pero con cierto tono de reproche. -No hay forma de sacarte nada-.

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