sábado, 15 de diciembre de 2012

Noche del J.



Los gritos comenzaron a las doce en punto, eran tan fuertes que se escuchaban en toda la manzana. De pronto me asomé a la ventana y tanto en la calle como en el resto de los balcones se había acumulado una especie de público que quería saber lo que estaba sucediendo. Cuando se escuchó un sonido de vidrios rotos la cosa pareció ponerse más seria, eso no aplacó a un energúmeno que desde el balcón de un edificio en diagonal seguía gritando -cállense- como si estuviera escribiendo el capital y le estuvieran robando la inspiración. 

Al rato apareció un hombre con un policía que, desde la calle, les grito a los ocupantes del J que bajaran. Los gritos se fueron aplacando, pero al rato volvieron a sucederse desde abajo. La curiosidad pudo más y aproveché para salir a pasear a mi perro. En la puerta estaban ellas, Vanesa y Carolina, las del J, él, Leonardo, el novio de la menor y Mariana, una amiga de Vanesa, muy flaca, que se había llevado la peor parte: tenía una abertura de cinco centímetros en el brazo y la piel se abría hacia afuera como si fuese una naranja. Una serie de vecinos que se habían acumulado con el objeto de mirar la desgracia ajena y hacer más pasable la propia, y los dos policías, no impedían que Vanesa se siguiera gritando con su hermana menor y que por poco no terminaran a las manos.

Leonardo permanecía impertérrito, sin inmutarse, como si no tuviera sangre en las venas, y evidentemente, sin tomar consciencia de lo que acababa de hacer. 

Poco a poco fueron llegando más patrulleros y una vecina se dignó a traer Pervinox y agua para limpiarle el brazo a Mariana, que lo tenía todo ensangrentado. La adrenalina hacía que ni siquiera se diera cuenta que tenía la piel abierta como cuero que lo están cerrando. Uno de los policías, fiel a su oficio, no tuvo mejor idea que hacer valer su autoridad maltratando a la que peor la había sacado -no me diga lo que tengo que hacer- le dijo, con voz importante, dejándola en llanto. De haber sido una señora de Belgrano seguramente hubiera perdido el puesto. Finalmente se llevaron a la menor de las hermanas junto a su novio, Leonardo, no sin antes leerle los derechos, de los que fui testigo, y que éste preguntara hasta qué hora lo iban a tener porque a las siete de la mañana tenía que ir a trabajar. Vanesa lloraba intentando ubicar a su amiga, a la que llevaron en una ambulancia al Pirovano y que todavía no contestaba el teléfono. Posiblemente la estuvieran cociendo...

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