Domingo con
guayabo (tremenda resaca).
El tequila y el
whisky todavía me marean. Compro un jugo en la esquina del movimiento. Un pan
de bono, esperando que por su carácter esponjoso absorba el exceso de alcohol
que hay en mi cuerpo. Hablo con Liz. Tiene problemas en su casa. Pelea con su
padrastro a causa de su hermana. La echa de la casa. Esta furiosa y casi llora
al teléfono. No tiene adónde ir. Le digo de encontrarnos para conversar un
rato. A las tres en la estación El Lido del MIO.
Aún son las dos.
Camino por la quinta sacando fotos a los grafitis. Las paredes de Cali se
llenan de consignas políticas, posiblemente producto del escaso lugar que
tienen los medios tradicionales de comunicación para la crítica. Consignas de
izquierda. A favor de los líderes de las FARC. Retratos de los caídos.
Evocaciones a Camilo Torres, a Marulanda, etc. Cali es una ciudad en la que si
uno forma parte de la poca clase media o alta vive muy agradablemente, pero que
guarda una pobreza extrema y enorme. Según las últimas estadísticas el setenta
y cinco por ciento de la población es pobre, y su pobreza no es la misma que en
países como Argentina o Uruguay en que todavía existe un estado capaz de cubrir
algunas necesidades básicas como salud pública o educación. En Colombia se paga
hasta la educación inicial y la salud pública no existe.
Me encuentro con
liz y caminamos por la carrera cincuenta hasta la plaza de Palmeto. Nos
sentamos en un banco, apoyo mi cabeza sobre sus piernas mientras me acaricia la
frente. Casi me duermo. El mareo todavía no se va. Ella está tranquila, Liz es
fuerte. Mucho más fuerte que yo. Probablemente producto de haber crecido en uno
de los barrios más peligrosos e inestables del planeta. No sobreactúa sus
problemas, ni siquiera se detiene a pensar de más en ellos. Los vive en forma
existencial, pero sin angustia. Si algo puede solucionarse se empeña en hacerlo
y si no tiene solución no le presta más atención. Admirable. Si hay algo que me
llama la atención cada vez que nos despedimos es que nunca mira hacia atrás. Se
suba a un taxi o a un bus ella no da vuelta la cabeza para despedirse. Es excesivamente
pragmática. Ese es su fuerte y la herramienta que la va a sacar adelante. Yo
soy exactamente lo contrario, lo mío es pura melancolía, un continuo mirar
atrás que a duras penas me deja avanzar de vez en cuando.
-Y qué pasó en tu casa- le pregunto, preocupado.
-Nada, no se preocupe, ya pasó- amo cuando me llama de usted.
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