viernes, 7 de febrero de 2014

Diario de Cali (fragmento)

Domingo 6-2.
Domingo con guayabo (tremenda resaca).

El tequila y el whisky todavía me marean. Compro un jugo en la esquina del movimiento. Un pan de bono, esperando que por su carácter esponjoso absorba el exceso de alcohol que hay en mi cuerpo. Hablo con Liz. Tiene problemas en su casa. Pelea con su padrastro a causa de su hermana. La echa de la casa. Esta furiosa y casi llora al teléfono. No tiene adónde ir. Le digo de encontrarnos para conversar un rato. A las tres en la estación El Lido del MIO.

Aún son las dos. Camino por la quinta sacando fotos a los grafitis. Las paredes de Cali se llenan de consignas políticas, posiblemente producto del escaso lugar que tienen los medios tradicionales de comunicación para la crítica. Consignas de izquierda. A favor de los líderes de las FARC. Retratos de los caídos. Evocaciones a Camilo Torres, a Marulanda, etc. Cali es una ciudad en la que si uno forma parte de la poca clase media o alta vive muy agradablemente, pero que guarda una pobreza extrema y enorme. Según las últimas estadísticas el setenta y cinco por ciento de la población es pobre, y su pobreza no es la misma que en países como Argentina o Uruguay en que todavía existe un estado capaz de cubrir algunas necesidades básicas como salud pública o educación. En Colombia se paga hasta la educación inicial y la salud pública no existe.

Me encuentro con liz y caminamos por la carrera cincuenta hasta la plaza de Palmeto. Nos sentamos en un banco, apoyo mi cabeza sobre sus piernas mientras me acaricia la frente. Casi me duermo. El mareo todavía no se va. Ella está tranquila, Liz es fuerte. Mucho más fuerte que yo. Probablemente producto de haber crecido en uno de los barrios más peligrosos e inestables del planeta. No sobreactúa sus problemas, ni siquiera se detiene a pensar de más en ellos. Los vive en forma existencial, pero sin angustia. Si algo puede solucionarse se empeña en hacerlo y si no tiene solución no le presta más atención. Admirable. Si hay algo que me llama la atención cada vez que nos despedimos es que nunca mira hacia atrás. Se suba a un taxi o a un bus ella no da vuelta la cabeza para despedirse. Es excesivamente pragmática. Ese es su fuerte y la herramienta que la va a sacar adelante. Yo soy exactamente lo contrario, lo mío es pura melancolía, un continuo mirar atrás que a duras penas me deja avanzar de vez en cuando.


-Y qué pasó en tu casa- le pregunto, preocupado.

-Nada, no se preocupe, ya pasó- amo cuando me llama de usted.

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