lunes, 10 de febrero de 2014

Diario de Cali

Viernes 18-2.
Me despierto a causa de los ruidos provenientes de la sala de estar, mi sueño es cada vez más liviano y no hace falta gran cosa para que lo pierda. Aún son las nueve de la mañana, algunos rayos de luz se filtran a través de la ventana. Estoy muy cansado, no dormí bien. No sé por qué me cuesta tanto descansar bien en Cali. Me despierto varias veces en la noche, por una cosa o por otra. Recuerdo haberlo escuchado a Mateo cuando se iba a trabajar. 

Llamo a TAME, quiero cambiar el vuelo para el lunes. No hay ningún problema, sin costos. Algo me hace dudar. Todo no puede ser tan fácil. Llovizna y me quedo mirando el agua caer por la abertura que da al living. Hago mi mochila -no quiero molestar más en casa de Pao- y me tomo un taxi hasta lo de Mauricio. Almorzamos cerca de su casa por cuatro mil pesos, en una casa particular. Dos chicos entran y salen con las mochilas y sus uniformes escolares, me siento como en un paladar de La Habana. Al salir buscamos un colchón en la casa de su hermano, me da un juego de llaves y se va a trabajar. La lluvia cesa y va dejando espacio a un sol que se asoma tímidamente.

Camino hasta el Cosmocentro, necesito cambiar plata. A esa altura el sol ya brilla con todo su esplendor y me hace transpirar un poco. El clima está muy cambiante, igual que todo, principalmente las emociones. Sobre un banco en la Quinta hay un chico tirado, de aproximadamente veintidós o veintitrés años, y un charco de sangre espesa debajo, desparramándose sobre la vereda. Si está o no muerto resulta un misterio. A su lado hay dos policías, con la misma actitud que si esperaran turno en una cancha de fútbol 5. Las cosas que veo por momentos me resultan tan surrealistas que no sé si tomarlas en serio o pensar que me las estoy inventando. Una vez en el Cosmocentro cambio cincuenta dólares, probablemente demasiado para el poco tiempo que me queda y me siento en el patio de comidas a escribir en mi computadora.

Recibo un mail de mi hermana tomando posición sobre un problema grave que tengo con mi vieja. No me gusta que tome posición respecto a algo que no conoce, de todos modos le respondo en forma bastante amable: Querida hermanita... Al rato me llama Lucía, que el miércoles va para Esmeraldas, que nos vemos ahí. Obviamente no le creo, pero hago como que sí. Hasta no tenerla presente en carne y hueso a Lucía no puede confiársele mucho, y aún así, presente en carne y hueso, es capaz de evaporarse en cinco segundos para no vérsela más.

Cuando vuelvo por la Quinta ya no están ni el chico sobre el banco, ni los policías, ni la sangre derramada en la vereda. Comienzo a dudar realmente sobre mis aptitudes mentales, y si no fuese por algunos rastros rojos entre las baldosas podría pensar tranquilamente que lo soñé. Alguien se tomó el trabajo de llevarse el cuerpo y de limpiar la vereda. Si hay miseria que no se note. Cali es caliente hasta cuando hace frío. Llamo a Liz, que recién sale del trabajo. Hoy no tiene curso, le digo que venga hasta lo de Mauricio. Alcanzo a dormir unos minutos y suena mi teléfono, es Liz que está abajo. La hago subir y apenas entra hacemos el amor. 

Bajamos hasta la primera y me como una presa de pollo con una papa y medio plátano por tres mil ochocientos pesos (casi dos dólares). Ya está oscureciendo. Me aparece un mensaje en el celular. Andrea, si quiero ir para San Antonio a escuchar a los cuenteros y después para lo de Everth. No le respondo. Liz me cuenta más sobre su historia (no digo su vida porque más que una vida lo suyo es una Historia). Me entero que su padre estuvo preso, por abusar de un menor de edad, que era su primo. Suena fuerte y hasta parece invento. -Me da pena (pena en Colombia significa vergüenza) contarlo- dice. Es increíble cómo puede reprimir algunas cosas y contar otras con tanta naturalidad. Me cuenta eso a raíz de un acontecimiento que tuvo con su padrastro cuando lo encontró mirándola. Al contarle a la madre, le echa en cara que se esté inventando cosas y para justificarse le trae a cuento ese episodio de su padre. Culpabilizar a la víctima, hacía solo unos días había tenido una dura discusión sobre el tema. A raíz de ese episodio se fue de la casa y anduvo yirando algunos días por habitaciones ruinosas. Cada vez me resulta más extraordinario, y considero casi un milagro que Liz sea quien es y que no haya terminado como su hermana, que, lamentablemente, tiene mucho peor pronóstico. Ya ni va a la escuela y anda con una junta que en cualquier momento va a traer noticias. Es evidente que algunos destinos están perdidamente amarrados al azar y un cambio de viento puede producir catástrofes.


Me despido de Liz justo debajo de su barrio. La veo caminar y me quedo mirándola solo con el propósito de observar si da vuelta su cabeza. Desde abajo Siloé se ve muy pintoresco, con las luces de sus casas desperdigadas contrastando con el negro de la noche y su estrella encendida casi en la cima del cerro. Espero hasta que la veo perderse y nada, no atina ni por un instante a darse vuelta. Su excesivo pragmatismo me causa escalofríos. Supongo que es la única manera de sobrellevar una existencia tan compleja. 

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