Viernes 18-2.
Me despierto a causa
de los ruidos provenientes de la sala de estar, mi sueño es cada vez más
liviano y no hace falta gran cosa para que lo pierda. Aún son las nueve de la
mañana, algunos rayos de luz se filtran a través de la ventana. Estoy muy
cansado, no dormí bien. No sé por qué me cuesta tanto descansar bien en Cali. Me
despierto varias veces en la noche, por una cosa o por otra. Recuerdo haberlo
escuchado a Mateo cuando se iba a trabajar.
Llamo a TAME, quiero cambiar el
vuelo para el lunes. No hay ningún problema, sin costos. Algo me hace dudar.
Todo no puede ser tan fácil. Llovizna y me quedo mirando el agua caer por la
abertura que da al living. Hago mi mochila -no quiero molestar más en casa de
Pao- y me tomo un taxi hasta lo de Mauricio. Almorzamos cerca de su casa por
cuatro mil pesos, en una casa particular. Dos chicos entran y salen con las
mochilas y sus uniformes escolares, me siento como en un paladar de La Habana. Al salir buscamos un colchón en la casa de su hermano, me da un juego de llaves y se va a
trabajar. La lluvia cesa y va dejando espacio a un sol que se asoma
tímidamente.
Camino hasta el Cosmocentro,
necesito cambiar plata. A esa altura el sol ya brilla con todo su esplendor y me hace transpirar un poco. El
clima está muy cambiante, igual que todo, principalmente las emociones. Sobre un
banco en la Quinta hay un chico tirado, de aproximadamente veintidós o veintitrés
años, y un charco de sangre espesa debajo, desparramándose sobre la vereda. Si
está o no muerto resulta un misterio. A su lado hay dos policías, con la misma
actitud que si esperaran turno en una cancha de fútbol 5. Las cosas que veo por
momentos me resultan tan surrealistas que no sé si tomarlas en serio o pensar
que me las estoy inventando. Una vez en el Cosmocentro cambio cincuenta
dólares, probablemente demasiado para el poco tiempo que me queda y me siento en
el patio de comidas a escribir en mi computadora.
Recibo un mail
de mi hermana tomando posición sobre un problema grave que tengo con mi vieja.
No me gusta que tome posición respecto a algo que no conoce, de todos modos le
respondo en forma bastante amable: Querida hermanita... Al rato me llama Lucía, que el miércoles va
para Esmeraldas, que nos vemos ahí. Obviamente no le creo, pero hago como que
sí. Hasta no tenerla presente en carne y hueso a Lucía no puede confiársele mucho,
y aún así, presente en carne y hueso, es capaz de evaporarse en cinco segundos
para no vérsela más.
Cuando vuelvo por
la Quinta ya no están ni el chico sobre el banco, ni los policías, ni la
sangre derramada en la vereda. Comienzo a dudar realmente sobre mis aptitudes
mentales, y si no fuese por algunos rastros rojos entre las baldosas
podría pensar tranquilamente que lo soñé. Alguien se tomó el trabajo de
llevarse el cuerpo y de limpiar la vereda. Si
hay miseria que no se note. Cali es caliente hasta cuando hace frío. Llamo
a Liz, que recién sale del trabajo. Hoy no tiene curso, le digo que venga hasta lo de Mauricio. Alcanzo a dormir unos minutos y suena mi teléfono, es Liz que está abajo. La hago subir y apenas entra hacemos el amor.
Bajamos hasta la
primera y me como una presa de pollo con una papa y medio plátano por tres mil
ochocientos pesos (casi dos dólares). Ya está oscureciendo. Me aparece un mensaje en el celular. Andrea,
si quiero ir para San Antonio a escuchar a los cuenteros y después para lo de
Everth. No le respondo. Liz me cuenta más sobre su historia (no digo su vida
porque más que una vida lo suyo es una Historia). Me entero que su padre estuvo
preso, por abusar de un menor de edad, que era su primo. Suena fuerte y
hasta parece invento. -Me da pena (pena en Colombia significa vergüenza)
contarlo- dice. Es increíble cómo puede reprimir algunas cosas y contar otras
con tanta naturalidad. Me cuenta eso a raíz de un acontecimiento que tuvo con
su padrastro cuando lo encontró mirándola. Al contarle a la madre, le echa en
cara que se esté inventando cosas y para justificarse le trae a cuento ese
episodio de su padre. Culpabilizar a la víctima, hacía solo unos días había tenido una dura discusión sobre el tema. A raíz de ese episodio se fue de la casa y anduvo yirando algunos
días por habitaciones ruinosas. Cada vez me resulta más extraordinario, y considero
casi un milagro que Liz sea quien es y que no haya terminado como su hermana,
que, lamentablemente, tiene mucho peor pronóstico. Ya ni va a la escuela y anda con
una junta que en cualquier momento va a traer noticias. Es evidente que algunos
destinos están perdidamente amarrados al azar y un cambio de viento puede
producir catástrofes.
Me despido de
Liz justo debajo de su barrio. La veo caminar y me quedo mirándola solo con el
propósito de observar si da vuelta su cabeza. Desde abajo Siloé se ve muy
pintoresco, con las luces de sus casas desperdigadas contrastando con el negro de la noche y su estrella encendida casi
en la cima del cerro. Espero hasta que la veo perderse y nada, no atina ni por
un instante a darse vuelta. Su excesivo pragmatismo me causa escalofríos.
Supongo que es la única manera de sobrellevar una existencia tan compleja.
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