Miércoles 9-2.
Día en Palmira.
-¿Cómo llego a Palmira?- pregunto.
-Vaya hasta la terminal y tómese un bus que lo lleva derechito, en media
hora está-.
Freno un taxi para
ir hasta la terminal de ómnibus, no quiero perder tiempo, ya es casi medio día.
En lugar de sentarme atrás, tomo la mala decisión ir en el asiento del
acompañante. El tránsito es tremendo. En la Avenida de las Américas nos agarra un
trancón que nos detiene completamente, no nos movemos ni quince centímetros. Posiblemente
en bus hubiera llegado más rápido, nunca se me ocurre tomar taxis. A nuestro
lado se abre el portón de una casa y un jeep color celeste, clarito, que sale
de éste, se pone perpendicular a nosotros. Apenas el tránsito avanza un poco mete
la trompa y se manda adelante del taxista en una maniobra soberbia y peligrosa.
El taxista le toca bocina y comienza a insultarlo, recriminándole. Del jeep se
baja un hombre y camina hacia nosotros. Es delgado, viste un pantalón de tela
color claro y una camisa suelta desde la que sobresale un bulto a la altura de
su cintura. Lamento haberme sentado en el espacio del acompañante. Se acerca hasta
la ventanilla. -Oiga- le dice al taxista –¿es que usted quiere morir por un
espacio?-. El taxista no dice nada y cuando el hombre se aleja masculla por lo
bajo, tragándose sus palabras. No le queda opción. La escena se produce tan veloz
y naturalmente que ni siquiera tengo tiempo a asustarme o reflexionar, lo mismo
que el taxista, quien parece estar bastante acostumbrado. -Así es Cali- me dice
cuando bajo.
Tomo el bus a
Palmira. Viajecito de cuarenta minutos, casi una hora. Recién entonces me tomo
el tiempo de reflexionar. ¿Ese hombre hubiera disparado ahí mismo, en medio del
tránsito? ¿Se hubiese limitado al taxista o me hubiese limpiado a mí también
para no dejar testigos? Se supone que luego de los descabezamientos de los
principales carteles, en Colombia algunas cosas se han tranquilizado un poco. Sin
embargo, en Cali aún restan signos de violencia y algunos “mini” traquetos
todavía se mueven con mucha impunidad.
Tengo pensado
conocer la estancia El paraíso, donde Jorge Isaacs situó la historia de amor de
María y Efraín, novela ícono del romanticismo latinoamericano. Llego al crucero
donde debería haber un bus esperando para llevarme al sitio, pero me dicen que
esos sólo salen los fines de semana, que si quiero ir tengo que tomar un taxi.
No leí la novela, no la pienso leer, no me interesa más que por simple
curiosidad. Conclusión: no voy a pagar semejante trayecto para mirar una
estancia que para mí no significa nada ni lo va a significar nunca. Prefiero
volver a Palmira y conocer la ciudad. Dos catedrales -interesantes sí- y una gran
cantidad de negras hermosísimas. Eso es todo lo que hay en Palmira (y la
reserva Nirvana, ¿privatizada? que tampoco pude conocer). Camino un rato por el
centro. Es tremendamente pobre, y según dicen las malas lenguas, habitan gran
cantidad de ladrones, pero eso es algo que por esta zona se dice tanto que ya
uno no sabe cuándo es cierto y cuándo no. Lo que sí consiguen es ponerlo a uno
paranoico hasta el punto que no saber si quedarse encerrado y no salir ni a caminar
o hacer todo lo que le da la gana y arriesgarse a terminar violado en algún
descampado. Yo generalmente opto por lo segundo, sólo espero no terminar en el
descampado.
Pese a estar a
escasos treinta o cuarenta kilómetros, por alguna razón en Palmira hace
bastante más calor que en Cali y a la hora de la siesta todos los negocios
cierran sus persianas y la gente desaparece. Frente a ese panorama decido
volver a Cali. El bus de vuelta se toma frente a la estación de trenes de
Palmira, una estación hermosa y abandonada, algo a lo que los latinoamericanos
debimos acostumbrarnos durante la década de los noventa cuando por designios “primermundistas”
tuvimos que resignar nuestros trenes o entregarlos al mejor postor. Vuelvo a la
loma de San Antonio.
Decidido, me
compro el tiple. Encuentro una vez más a Liz. Liz más tiple, una buena
combinación. Liz se va, tiene curso de secretariado bilingüe y me quedo solo
con mi tiple. Al rato, como me pasa con todo, me aburro del tiple y me pregunto
para qué lo compre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario