domingo, 25 de junio de 2017

Azul profundo





Más tarde o más temprano, 
el sol muere sobre el mar.
Proverbio indú.



1
Penetra por la ventana de mi pieza. Repentinamente todo se tiñe de un azul opaco, casi del mismo color del mar. Un olor fuerte se cuela por mis fosas nasales. Mi piel se estremece, mi corazón late desbocado. Me escondo entre las sábanas, me acurruco y me tapo hasta la cabeza. Mientras esté cubierto no puede hacerme daño, pienso. Cierro los ojos para evadirme. Escucho el sonido de los cajones que se abren y se cierran ¿qué busca? Abro los ojos y de cuando en cuando bajo la sábana para mirar. Sólo puedo ver el negro profundo de la oscuridad. Estiro mi brazo para tocarlo. No hay fin. No me atrevo. Me escondo nuevamente entre las sábanas.

Recorre mi cuarto, escucho sus movimientos, sus pasos livianos. Hace pedazos mis fotos, mis cuadros, destroza todo lo que va encontrando. Me escondo, mi cuerpo se estremece y comienzo a temblar. El viento gime por la ventana, las cortinas flotan en el aire. Se oye un zumbido mientras él recorre las entrañas, se mete en mis recuerdos. Lo siento. Mi corazón late aún más fuerte, tan fuerte que sus latidos rebotan entre las sábanas y temo que pueda escucharlos. Vuelvo a mirar. Estiro nuevamente el brazo, tomo confianza, estiro mi cuerpo entero. Desaparece por la ventana. Me destapo y me levanto de un salto, apenas diviso su figura a lo lejos. Miro mi cuarto destrozado. Azul, azul profundo como el mar. Voy a tener que ordenar...


2
Es tarde, casi las doce. Lo espero debajo de las sábanas pero no viene. Una, dos, tres horas mirando hacia la ventana. La brisa penetra sigilosa, gimiente. Cuatro, cinco horas. Comienza a amanecer. No viene. Me gana el cansancio y me duermo. 


3
Me toma por sorpresa, sumido en una imagen recurrente, en medio de una playa lejana, en la costa norte de Chile, entre Tocopilla e Iquique, donde no hay más que arena y mar y un desierto interminable, por momentos abominable. Siento el sonido de maderas que se crujen, acomodándose, lo veo traspasar la ventana. Me acurruco en la cama, con las sábanas hasta la cara, dejo libres los ojos para poder ver. Deseo mirarlo, verlo hacer. Recorre la habitación, esta vez sin destrozar nada. Ronda cada uno de los rincones, revisa cajones, álbumes de fotos, se mete dentro del ropero, vuelve a salir. El viento sopla y eleva las cortinas. Siento deseos de alcanzarlo pero me aguanto. Hago un movimiento leve con el brazo, circular, una especie de amague. Me arrepiento. Pasa media hora, una hora, yo siempre quieto, mi cuerpo tiembla pero ya menos, mi corazón se adelanta, pero ya no tan rápido. Se detiene frente a una foto mía en un paisaje blanco, sin fondo. Aprovecho para mirarlo, sus contornos se desdibujan, sus pies nunca tocan el suelo. Lo veo alejarse. Salto de la cama y corro hacia la ventana, es ya una sombra lejana.  


4
Lo espero ansioso. La noche está oscura, no hay luna, ni siquiera estrellas. Es una noche honda, cubierta de nubes y un viento que sopla fuerte que al chocar contra los marcos de la ventana produce un sonido agudo, ensordecedor. Mi corazón aumenta su ritmo. Me tapo hasta el cuello, dejo mi cabeza entera afuera. Me arrepiento y me tapo integro. Siento pasos. Una vez más lo veo hurgando mis cajones, desacomodando, poniendo todo cabeza abajo. Mis sueños me traicionan, me pierdo. Duermo, veinte, treinta, cuarenta minutos. Cuando despierto ya lo veo. 

5
Me imagino ahí nuevamente, solo frente al mar. Entre Tocopilla e Iquique, en aquella playa entre el mar y el desierto de Atacama donde no hay un sólo arbusto, siquiera una palmera, donde hasta las canchas de golf son de arena y no tienen un sólo pan de pasto. Vivo en un motorhome, me dedico a mirar el mar, a pensar y a escribir. Sin nadie que me distraiga, sin angustia, sin variaciones energéticas. Siempre rondando una misma frecuencia, mirando las olas levantarse y cerrarse estruendosas. Camino por la playa, siento la arena caliente bajo mis pies.  

El sonido me saca del letargo, me pone alerta. Es un crack, como de maderas que se acomodan, abro los ojos y lo veo saltar por la ventana. Una sensación de vacío me atraviesa el pecho, me quedo sin aire. Esa imagen nuevamente, no puedo evitarlo. Uno, dos, tres, uno, dos, tres. Su andar es rítmico, como si bailara. Se acerca y se aleja, una y otra vez. Pienso en las olas, acercarse y romper contra la orilla, con sus anchas siluetas, estruendosas. Se hace un silencio, un silencio que se extiende, eterno, espero el estruendo final, como la ola gigante que se hace esperar, el mar retirándose, dejando la playa al descubierto, para volver y reventar con todo. Me tapo, temeroso, más temeroso que nunca. 

Mi cuerpo vuelve a temblar. Sin embargo, no ocurre, la ola nunca revienta, el silencio se eterniza. Simplemente no sucede. Cuando me destapo ya no está, no deja rastros. La cortina se balancea inocente sobre el marco de la ventana. ¿Qué le pasa? Pienso en su comportamiento errático. ¿Por qué vuelve? Quizá sea el naufragio de un alma en pena. 

Me quedo despierto. Amanece, veo el sol salir por mi ventana y recién entonces puedo dormirme.  


6
Otra vez ahí, alejado, en una parcela de arena en medio del desierto. Finalmente lo único que quisiera es escapar de todo, escaparme de mí mismo. Volvar como él. El horizonte se abre en todas direcciones, enfrente mío se pierde en el mar. Hacia los costados una playa inmensa que se mezcla con los acantilados y hacia atrás algunos accidentes geográficos, todo poblado por la arena infinita. Pueden pasar días sin que hable con nadie, sin que necesite de nadie. Sin escuchar mi propia voz. De vez en cuando un par de pescadores con su red, surcando la playa de un extremo al otro. El mar se retrae, se forma una ola que golpea la playa y el estruendo... 

Lo escucho acercarse, aprovecha mis momentos de distracción. Se para en el marco de la ventana, debajo de las cortinas flameantes. Veinte, treinta minutos y permanece en el mismo sitio. Está a punto de entrar a la habitación, sin embargo, no lo hace. Algo lo detiene y se aleja. 

El mar vuelve con una ola enorme que golpea sobre la playa. El estruendo es inmenso. Pienso en los millones de años que el mar repite el mismo ciclo. Los pescadores salen con una red suculenta. Ambos me miran, no entienden qué es lo que hago en ese lugar. 

No puedo dormir. 



7
Mi corazón se acelera, late desesperado. Abro los ojos, agitado. Lo siento revolver, abriendo los cajones. Tira un par de remeras al piso, ¿qué busca? La adrenalina hace que mi piel se erice. Abandona los cajones y se mueve hasta el ropero. Su andar es más pesado, menos rítmico que la otra noche. Más brusco. Lo miro, siempre tapado. Nunca me ve, hace como si no me viera. Revuelve los estantes. Desaparece adentro del perchero, pasa un rato sin que sepa de él. El reloj de la mesa de luz da las dos y veinte. Dos y veinticinco. Dos y treinta. Cuarenta. Las tres, las cuatro. Aparece nuevamente. Ya me había asustado. Algo tiene en la mano pero no logro reconocer qué es. Trepa hasta la ventana y desaparece.   

8
Tras ese primer resplandor lo veo, del otro lado, mirándome. El negro de la noche enmarca su figura y le da mayor presencia. Abro los ojos, lo tengo frente a mi. No sé qué hacer, me mira, fijamente, es la primera vez que veo sus ojos -unos ojos negros, sin iris, sin pupilas, de un oscuro intenso, abismales-. Es la primera vez que me mira, erradicando mi anonimato, que era lo único que me mantenía seguro. Me quedo petrificado. Estatua, siento la voz de mi primo, decir, estatua, y ambos nos quedábamos quietos hasta que alguno de los dos se movía y perdía ¿Y ahora? ¿ahora qué pasa? Sus ojos me devuelven mi propia imagen. Me veo temblando de miedo, acurrucado. No me lastimes, esbozo, tímidamente y me veo diciéndolo en sus propios ojos, no me lastimes. Yo mismo me asombro. Cierro los ojos y por un instante asumo que soy él. Pasan algunos segundos, siento su aura rodeando mi cara, una energía densa, cargada e imantada, que hace que mis pestañas se ericen y mi piel se endurezca. Transcurre una eternidad en la que casi siento su peso encima mío. Veo las olas rompiendo, entrecortadas, sólo un instante, el temor no me permite disolverme en mis fantasías. Cuando abro los ojos ya no está. Suspiro aliviado. Miro el reloj de la mesa de luz y noto que dejó de funcionar.  

9
Las olas rompen a lo lejos. La marea está alta. El turquesa choca con el mar, separado apenas por algunas nubes. Siempre pensé que el turquesa es el color de los sueños. Algunas veces lo imaginé más oscuro, un gris casi negro, oscuro, pero siempre vuelvo al turquesa, quizá por esa mezcla entre el azul y el celeste, sumando el gris anterior, que le da un tinte casi plateado. No hay sombras, el sol atraviesa el cenit y cruza el cielo desde los cerros para morir en el mar, inevitablemente. El sol cruza el cielo para morir en el mar todos los días, eternamente. La arena calienta la planta de mis pies mientras una brisa recorre mis brazos. ¿Qué tan difícil será decir te extraño sin entrar en un juego de ajedrez?


10
Vuelve. Una vez más lo veo parado, de espaldas, revisando mis cajones, revolviendo mis entrañas. Su figura se delinea contra la pared, su contorno es difuso y nunca termina de definirse. Repentinamente una idea atraviesa mi mente; su infinitud, un movimiento que se desenvuelve eternamente, que se expande a través de múltiples dimensiones, fuera de toda lógica, y hace que me estremezca. Las cortinas flamean histéricas sobre la ventana. ¡No hay viento! No, las cortinas flotan, no flamean. Las líneas se entrecruzan unas en otras coloridas, sin principio ni fin. 

La brisa se desliza desde mis brazos al resto de mi cuerpo, sube por mi cuello, culminando en mi cara. Una caricia suave que eriza mi piel. Me tranquiliza. El viento se hace más intenso y de una caricia pasa a un abrazo cerrado que toma todo mi cuerpo. El cielo se nubla y el mar se revuelve, las olas crecen. La espuma rebota contra la playa y se aloja en forma de estelas infinitas al borde de la arena. Me paro para mirar mejor. La espuma se mezcla en esa especie de yodo marino grisáceo, formando unas figuras extrañas. Intento desentrañarlas pero no sé por donde comenzar, estiro mi mano, a punto de tocarla. Un trueno suena potente saturando el paisaje. Otro y luego otro más. Una primera gota rebota contra mi hombro y mi cuerpo se estremece. El cielo se ennegrece completamente. ¡Llueve por primera vez!

Estiro mi mano nuevamente para tocarlo y siento una descarga eléctrica. Me despierto sudando, mi remera está empapada. Prendo la luz de la pieza. La ventana golpea contra el marco. 

11
Rememoro sus formas indecisas. Me cuesta esbozar una imagen completa, como si sólo pudiera recordarlo por partes. Imagino su espalda en un primer plano que no puede contener más que eso. Luego uno de sus brazos, su nuca negra en un primerísimo primer plano. El otro brazo, ancho a la altura del hombro, estrechándose al recorrerlo hacia las extremidades (es la primera vez que caigo en cuenta de eso, me resulta extrañamente estrecho, como si perdiera dimensión con el resto de su cuerpo). Intento juntar las imágenes y no logro más que una especie de tríptico incompleto, desmembrado, con sus partes separadas por un marco invisible. 

Cierro mis párpados fuertemente y me concentro, como si ese gesto pudiera traerlo hacia mi. Incluso contraigo mi estómago haciendo fuerza con éste sin ningún resultado. Exhalo una bocanada de aire cansado. 

Es una noche extremadamente silenciosa y cerrada, algunas nubes se delinean cenicientas. El viento arrebata las cortinas sobre los marcos de la ventana. Pasan las horas y no aparece. Mis ansias crecen e invaden mi cuerpo. Lo espero en vano, se ausenta, esta noche y la noche siguiente.

12
El mar se calma y choca paciente contra el horizonte formando una continuidad imperceptible. Tarde o temprano el sol muere inevitablemente en el mar, pienso nuevamente en la frase sin recordar exactamente dónde la leí. Las sombras se disuelven en sus propias figuras. El calor es agobiante. Ni siquiera hay viento. Ellos siguen en el mar, con el agua hasta la cintura, pacientes, meciendo sus redes y arrastrando todo lo que se cruza a su paso. De cuando en cuando el viento me trae sus risas. 

Escucho pasos. El sonido de la madera estalla como si se estuviera quemando. Lo observo, justo detrás de las cortinas, tímido, dubitante, como si no se atreviera a entrar. Levanto apenas mi cabeza de la almohada, trato de hacer el menor sonido posible. Mira hacia adentro, observo sus ojos sin iris, hay algo en ellos que los hacen inevitables, cierto sosiego contrariamente a lo que podría pensarse.  Continúa ahí parado, pero no entra. ¿Qué pasa? Vamos, estoy a punto de decirle, vamos, entra. Me fijo en sus brazos, ciñéndose hacia las extremidades, son aún más delgados que los de mi recuerdo. Trato de memorizar su figura para recordarla completa. Sin embargo aún en presencia me es imposible hacerlo. Se acerca aún más a la ventana, las cortinas vuelan furiosas. Asoma su cabeza, sí, vamos, muevo mis labios, vamos, pero sin emitir sonido. No tengo éxito. Aprieto los párpados y vuelvo a forzar el estómago. Gira su rostro hacia el exterior y desaparece. 

Apoyo nuevamente la cabeza en la almohada, desilusionado. Mi mente se escurre y flota por cualquier parte. El mar es una lámina infinita, inabarcable. Rompo en llanto. Las redes extensas que intentan abarcarlo todo.

Las olas rugen, la rompiente se acerca demasiado a la playa. Debe haberse formado un banco, pienso. Los pescadores ya no están. Las sombras se delinean hacia el este mientras el sol se prepara para el ocaso. Su figura se reconstruye de a pedazos, producto de una memoria afectiva. Primero su mano, más ancha, fuerte, intempestiva. Luego su mano estrecha y fría, distante. Su mano anaranjada, calurosa. Su mano pálida y huesuda, temblorosa y agonizante. Es un recuerdo contiguo e indeciso, por momentos contradictorio. La misma imagen una y mil veces, insiste, sin abandonarme nunca. Sus ojos, su nuca, su espalda. Una imagen frenética. Sinécdoque azarosa que se multiplica eternamente. Maldigo a dios y a todos sus espíritus. Maldigo el conato y todas sus pulsiones ¡Por qué! 

El sol roza el mar prendiendo fuego el islote que emerge oscuro y más grande que de costumbre.



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