viernes, 30 de junio de 2017

Reptilianos

Entonces me salió con eso de los reptilianos. La miré y atiné a reírme, sin embargo, su cara estaba seria. ¿Te volviste loca? le pregunté, o quise preguntarle, porque ni siquiera daba para eso y apenas la conocía. 

-Están en todas partes- siguió -lo que pasa es que están disfrazados-. Se llevó el tenedor a la boca, sus ojos apuntaban a un pedazo de carne de un tamaño sobrenatural. Lo hubiera aceptado de una chica de ocho, incluso de doce o quince años, pero no de una de treinta. Ya estás madurita para esas tonterías le hubiera dicho.

Imaginé un lagarto gigante, vestido con ropas humanas y enseguida lo asocié con Invasión Extraterrestre, una serie que se puso de moda cuando yo tenía aproximadamente unos diez  u once años. Entonces la vi a Diana, la protagonista, una morocha fálica -algo extraño para la época-, vestida con un traje colorado encajado a su cuerpo, con un ratón colgando encima de su boca antes de devorarlo. 

-¿Y de dónde sacaste eso?- pregunté -de los reptilianos.
-Son cosas que se saben- respondió -Si no el mundo no sería como es, además, quién te pensás que construyó las pirámides de Egipto, o las líneas de Nazca-. Me sorprendía realmente tanto su capacidad para relacionar hechos históricos completamente diversos como su seguridad, era tan plena como si hablara de la ley de gravedad o de la llegada del hombre a la luna. 

Ahora imaginé a los reptiles vestidos de Incas o Aztecas, con esos collares colgando y las vinchas sobre sus cabezas, cargando piedras o subidos a alguna clase de platillo volador, supervisando las obras. 

-Ah, mirá -le dije, intentando mostrarme interesado -¿y desde cuándo es que están?-.
-Desde siempre, desde el inicio de la humanidad, quizá antes que nosotros-. 

Estoy pasado de moda, es lo único que se me ocurrió pensar. Podría haber imaginado a Adám y a Eva como dos reptiles completamente desnudos jugando en el Edén, probando la manzana maldita, etc., pero traté de evitarlo. Hasta me rasqué la muñeca a ver si me despellejaba y aparecía otra piel verde debajo, lo hice a modo de broma pero ella no lo percibió. Estaba concentrada con su bife.

-Así que desde el inicio de la humanidad- repetí, ya no se si para pelear un poco o qué. No hay nada que me desmotive más que esa clase de irracionalidades.
-Sí- dijo, mientras se llevaba a la boca otro pedazo de carne.
-Que bueno- dije, sin ganas de continuar la conversación. 

Su teléfono hizo un bip y cuando miró la pantalla su rostro se ensombreció, quizá tuviera novio o esposo. Sus ojos repentinamente se humedecieron. Pensé una vez más en Diana, que de todas las imágenes era la que mas me cerraba con su traje rojo, cruzado por un manto de cuero negro que terminaba justo entre sus piernas. Era obvio que no nos volveríamos a ver.

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